He cumplido tu palabra: te la ha llevado el diablo!

 



La esposa de cierto mercader, a unas seis o siete millas de Wittenberg, en dirección a Silesia, solía recibir en secreto a un amante cada vez que su marido se ausentaba por motivos de negocio. Aunque él sospechaba de sus infidelidades, no tenía pruebas, y en cada disputa, con ira contenida, solía decirle con amargura:
"¡Ojalá te lleve el diablo!"

Ocurrió, pues, que durante uno de esos viajes del esposo, el amante llegó como de costumbre en la oscuridad de la noche, y tras satisfacer sus deseos carnales, ambos cayeron en el descanso. Pero al amanecer, en lugar de simplemente marcharse como siempre, una visión terrible tomó lugar. La figura del amante comenzó a deformarse: le brotaron cuernos retorcidos de la frente, sus ojos ardieron como carbones encendidos, y una larga cola escamosa le surgió de la espalda. Era ya no un hombre, sino un demonio revelado.

Montó al amante, ahora reducido al silencio por el espanto, sobre una bestia negra y fétida que aguardaba en el cobertizo. Luego, con cruel ironía, guio a la espantosa comitiva por el camino principal, justo cuando el marido regresaba de su viaje y entraba al poblado.

Al cruzarse con él, el demonio volvió su rostro infernal hacia el esposo, sonrió con burla y le gritó con voz profunda y resonante:
"¡He cumplido tu palabra: te la ha llevado el diablo!"

Dicho esto, desaparecieron en un torbellino de fuego, azufre y viento, y jamás se volvió a saber de la mujer ni de su amante.



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