Criaturas astutas y crueles los insultaban, los golpeaban,

 

Mariana estaba cansada de su matrimonio. Pensaba que la separación sería el alivio perfecto, la salida honorable. Aquella noche, antes de firmar los papeles de divorcio, fue a la pequeña capilla del pueblo, de rodillas frente al sagrario, con las manos temblando y el rosario apretado como quien se aferra a un salvavidas. Durmió y se encontró en una una visión.

En ella vio hileras de hombres y mujeres con los ojos cubiertos por paños. Detrás de ellos caminaban otros, encadenados, arrastrando el peso de sus cadenas. Criaturas astutas y crueles los insultaban, los golpeaban, y cometían actos tan atroces que Mariana sintió que su corazón se congelaba. Preguntó quiénes eran, y le respondieron con voz grave: “Son los que vendieron su alma a las artes del mal; magos y hechiceros que eligieron servirse de la serpiente en lugar de arrepentirse. Su tormento es profundo porque se apartaron voluntariamente de la verdad”.

Más adelante vio un grupo de personas inclinadas hacia quienes prometían revelar el futuro: cartas, astros, rituales prohibidos. Aquellos que buscaban conocer el destino sin recurrir a Dios compartían la misma condena que los artífices de las artes oscuras, arrastrando consigo cadenas invisibles de sufrimiento y confusión.

La escena más desgarradora ocurrió en un hogar que Mariana reconoció al instante. Almas atadas de las manos, pareja contra pareja, tirando del extremo opuesto de la misma cuerda, cayéndose y levantándose en un ciclo interminable de sufrimiento. Los demonios se burlaban de ellos, azuzando celos, desprecios y palabras crueles. Entre todo, Mariana vio a Jesús llorando en silencio, mientras alguien reía con malicia, mostrando lo que había ocurrido con el sacramento que una vez fue sagrado.

Mariana comprendió que estos hogares estaban llenos de interrupciones constantes: oración abandonada, misa dejada de lado, caridad transformada en resentimiento. La visión le mostró que las decisiones tomadas sin discernimiento pueden traer consecuencias profundas, pero que todavía existía un camino de regreso para quienes buscaban el arrepentimiento y la reparación.

Despertó con el rosario empapado en sus manos. El deseo de separación se había transformado en un profundo temor: no al documento legal, sino a la pérdida de lo sagrado y del amor que todavía podía salvarse. Mariana decidió buscar confesión; quiso reparar lo que estaba roto y pidió consejo a un confesor de voz firme y experiencia antigua. Volvió a la misa, a la oración y a la práctica constante de la caridad, reconociendo que el camino de la paciencia y la fidelidad es el que sostiene los hogares y los corazones.

Con tiempo, oración y sacrificio, Mariana y su esposo comenzaron a reconstruir su relación. Lentamente, su hogar se llenó de respeto, diálogo y comprensión. La sombra de la visión permaneció, recordándole que las decisiones apresuradas pueden traer dolor, pero que la fe, el arrepentimiento sincero y la guía espiritual pueden restaurar lo perdido. Al final, Mariana logró salvar su matrimonio y encontró la paz y la alegría que creía haber perdido para siempre.


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