Nunca respondas si escuchas que tu nombre es llamado por el río”

En un pueblo cerca de un río del bosque, vivía una joven llamada Amara. Todas las tardes ella iba sola a buscar agua, aunque los ancianos del lugar le advertían: “Nunca respondas si escuchas que tu nombre es llamado por el río”. Una noche, mientras llenaba su cántaro, escuchó una voz suave y dulce que decía su nombre: Amara. Miró a su alrededor, pero no había nadie. Pensando que era su imaginación, siguió con sus labores y regresó a casa sin darle mayor importancia.

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Al día siguiente, volvió al mismo lugar, pero esta vez se encontró con un hombre alto y hermoso junto al río, vestido de blanco. Tenía pestañas largas, ojos brillantes y una sonrisa que parecía hipnotizar. Amara sintió que estaba viendo al hombre de sus sueños, aquel con quien siempre había imaginado estar. Él se acercó, le ofreció regalos, protección y cariño, y Amara se sintió inmediatamente atraída.

Durante los primeros meses de su relación, todo parecía perfecto, pero su familia comenzó a notar cambios extraños en ella. Su piel se volvió inusualmente fría y suave, sus pupilas se estrecharon y, por las noches, se escuchaban murmullos y cantos extraños en su habitación. A veces, su piel empezaba a desprenderse, como la de una sirena. Su madre comenzó a tener pesadillas de que había una sirena en la casa, y la preocupación familiar aumentaba cada día.

A pesar de estos cambios, Amara y el hombre siguieron juntos, y él eventualmente le propuso matrimonio. Sin embargo, nunca le permitió conocer a su familia y siempre la mantenía cerca del río, en el lugar donde se habían conocido. Una noche, la llevó dentro del agua y desaparecieron durante tres semanas. Durante ese tiempo, nadie pudo encontrarlos. La familia de Amara pensó lo peor, creyendo que algo terrible le había sucedido.

Cuando finalmente regresó, Amara estaba empapada, desorientada y casi irreconocible. Su cabello era diferente, sus ojos brillaban con la misma intensidad que los de su prometido, y su piel había cambiado notablemente. Por meses no pudo hablar y desaparecía constantemente, regresando siempre en un estado extraño. Su familia, desesperada, convocó a sacerdotes y pastores del vecindario para orar por ella, mientras toda la comunidad se unía en súplica y protección.

Amara relató lo que había visto bajo el agua: un palacio formado por sirenas entrelazadas, sombras humanas atrapadas en las paredes y figuras que parecían cambiar de forma constantemente. Allí conoció al patriarca, un ser con torso humano y cuerpo inferior de sirena, y a la madre sirena, con su cabello hecho de finas sirenas acuáticas y dientes largos y afilados. Amara vio un ritual donde los espíritus ofrecían un banquete de almas ahogadas y la madre sirena le entregó una corona, advirtiéndole que solo podría usarla si entregaba a su primer hijo.

En medio del terror, Amara recordó las enseñanzas de su fe y comenzó a repetir mentalmente el Salmo 23: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo”. Su oración constante la conectó con Dios y le dio fuerza para resistir al espíritu demoníaco.

Con la guía de un sacerdote que llegó a ayudarla, Amara pudo recibir protección espiritual. El sacerdote le entregó la medalla milagrosa de la Virgen María, con la cual se colocó a salvo y comenzó a recuperar su forma humana. Poco a poco, después de meses de oración y liberación espiritual, su piel volvió a la normalidad, su cabello y sus ojos se estabilizaron, y Amara recuperó la capacidad de hablar.

Finalmente, Amara decidió entregar su vida a Jesús Cristo. La experiencia la había convencido de la realidad de Dios y del peligro de los espíritus inmundos que se esconden tras formas bellas y seductoras. Con la ayuda de la oración, la medalla milagrosa y la guía del sacerdote, Amara logró liberarse del demonio acuático, regresando al mundo humano con su fe fortalecida y consciente del poder de la protección divina.


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