La Virtud de la Castidad y su Poder para Aliviar las Almas

Ariel era Satanás

 


 el padre Belarmino cuenta esta horrible historia, hombre abrasado por Llegó á orillas de un rio de Italia extenuado de fatiga , bañado en sudor , y el sol de un día en extremo caluroso .

 Debía ser ese hombre de un carácter impaciente y precipitado , porque no viendo por allí , a ningún barquero que lo pasase al otro lado del rio , se arrojó al agua y lo atravesó á nado , pero cuando á duras penas llegó á la ribera opuesta , estaba completamente agotado.

sufriendo ya agudísimos dolores . A los gritos desesperados que el infeliz lanzaba , acudieron unos labradores , y compadecidos de su triste suerte lo llevaron á la quinta inmediata . 

El dueño de ella fija sus ojos en el baldado y lo reconoce por un antiguo compañero de su infancia ; por su parte el infeliz reconoció tambien á su amigo y se tranquilizó algo , pensando que tendria todos los socorros necesarios en su enfermedad .

Parecía ésta pasajera , y sin embargo no fué así ; los días pasaban y la enfermedad léjos de ceder iba en aumento , en términos que se comenzó á temer un funesto resultado .

Les dolores del infeliz eran tales , que á veces perdía el conocimiento ; mas como en otras acompañaba sus gemidos con blasfemias é imprecaciones horribles , su buen amigo que era católico y muy piadoso , comprendiendo que el cuerpo no tenia remedio , pensó en aliviar el alma de su desgraciado compañero , y al efecto le llevó á un sacerdote sabio y virtuoso ; pero bien pronto notó con tristeza que la presencia del sacerdote no hacia sino aumentar la ira del enfermo , que sus imprecaciones eran entonces mas horribles , y que esos accesos de espantosa rabia agarraban la penosa dolencia .

 El sacerdote como hombre de mundo , comprendió lo eso podia ser y encargó al amigo que procurase  averiguar la historia del enfermo , pues tenia esperanzas de que conociendo la causa de esa endiablada.

 "Desesperación podría tal vez curarla; y el amigo, haciendo creer al infeliz que el sacerdote se había ido, le rogó que le dijese ¿por qué se creía condenado en vida? 

Pues era una de las frases que el infeliz repetía. -Oye, le respondió el enfermo, oye, y estremécete. 

«Vivía yo feliz en la vecina aldea; mi trabajo me daba no solo para vivir bien, sino aun para divertirme modestamente. Un día llegó a esa aldea una compañía de acróbatas o cirqueros, y yo que, como joven, corría tras toda diversión, no dejé de concurrir a verles. Entre ellos estaba una mujer de admirable belleza y no menor desenvoltura: montaba un magnífico caballo negro, con una estrella en la frente, y era ese animal tan inteligente y ágil, hacía cosas tan admirables, que los sencillos habitantes de la aldea y yo con ellos, creíamos que tenía al diablo en el cuerpo. 

La bellísima mujer lo dirigía con un simple movimiento del látigo, con un imperceptible silbido, con una palabra dulce y sonora, muchas veces con la sola mirada de sus hermosos ojos. 

El caballo parecía amar intensamente a su ama; cuando ella, con un ligero salto se colocaba en su arqueado lomo, relinchaba de placer, y cuando lo llamaba por su nombre, el noble bruto lanzaba una especie de suspiro apasionado  Aquella mujer daba al caballo el nombre de un ángel; le llamaba Ariel.

¡Ay! Razón tenían mis paisanos al creer que Ariel era Satanás, porque me sería imposible describir su violenta cólera. Esos ojos que chispeaban, esa cola tendida, esa crin erizada, los labios recogidos enseñando blancos dientes, ese encabritarse, ese manotear... Yo creo que si la cirquera no lo hubiese contenido, el caballo me despedaza. Estaba yo completamente fascinado, aturdido por esa singular escena, bañado en sudor frío, temblaba como un azogado, y aun subió de punto mi terror cuando saltando aquella mujer sobre el caballo, aún embravecido, me hizo arrodillar, y poniendo su pie en mi cuello exclamó: «Jura, por Ariel, que me amas». «Por Ariel, te lo juro», contesté con voz apagada. — Jura por él que me amarás siempre. — Lo juro también por él. — Jura por Ariel obedecerme ciegamente. — Lo juro.

 — ¿Ya oyes, Ariel? Vamos, en prueba de que aceptas esos juramentos, deja que el señor imprima sus labios en tu blanca estrella. Y me levanté, y al dar el sacrílego beso que se me exigía, Ariel resopló arrojándome a la cara la espuma de sus labios, y estuve a punto de morir de terror, porque aquella espuma me abrasó como si hubiese recibido el fuego del infierno: fuego que penetró en mi corazón, fuego que hoy se ha convertido en frio , en un frio mortal . mira , amigo mio , burea en el bolsillo de mi levita el testimonio material de aquella horrible noche .

 El amigo profundamente conmovido , sacó de donde se le indicaba , un relicario de oro que guardaba cinco cerdas negras en forma de rizo ; à su rededor tenia escrito de letra de mujer : recuerdo de Ariel , y el enfermo prosiguió . Ella arrancó esas cerdas del cuello de aquel demonio ; ella escribió esas palabras que son una perpetua amenaza ; ella me inició en los misterios de una secta masónica de que era poderosísima agente ; ella me hizo seducir á la mayor parte de los habitantes de aquel lugar é inscribirlos en la masonería .

por ella he cometido horrendos crímenes .y la amo aún con una especie de rabioso fuego . creo que es el fuego de Ariel . 

Ese demonio me lleva al infierno sin remedio ; ¡ estoy condenado en vida ! siento que mi cabeza se me arde y á la par tengo horrible frio en el pecho como si en vez de corazon abrigase un témpano de hielo y es que la muerte se aproxima y con ella . la condenación !

 Calló el enfermo , y como no pudiese agitar su inmóvil y baldado cuerpo , hundió la cabeza en las almohadas , lanzó una carcajada loca , y los lábios se le cubrieron de una espuma que su amigo no pudo ver , porque en esos momentos salía con el relicario en la mano , y hondamente conmovido á repetir al 

sacerdote el horrible relato del enfermo .

lo Oyó el eclesiástico y poniéndose de pié exclamó : « el tiempo urge ; vaya á decir á su amigo que en esa repugnante escena del juramento no hay tal diablo ni tales lazos . 

Eso fué una especie de mascarada ; una farza hábilmente representada para fascinarlo .

 Sé quien es esa mujer , y no es su amigo de verdad el primero á quien engaña con el mismo embeleco . El caballo está bien enseñado , hé ahí todo . ¿ Qué mucho que amándola aquel desgraciado y siendo al mismo tiempo ignorante , sencillo y crédulo , haya abultado su imaginación la escena del juramento hasta sentir en la espuma del caballo un fuego que no habia ? ¿ no vemos que algunas personas enferman de pura aprehensión ? ¿ y qué es la aprehensión sino el exceso de la fantasía ? 

Vaya pues , y procure convencer á ese infeliz . » Obedeció el amigo y penetró en la alcoba ; pero al acercarse al enfermo lo encontró rígido , frio , muerto .con los ojos espantosamente abiertos , y nadando su cuerpo en un charco de verdosa baba .

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