¡Oh Dios mío! ¡Qué locura no hacer todas nuestras acciones de manera que sean meritorias, fáciles y agradables!



 El abad Pambón, al ver a una señora de la Corte magníficamente adornada, no pudo menos que suspirar y llorar. Cuando le preguntaron por qué reaccionaba así, respondió: "¡Miserable de mí! Es muy necesario que yo desee con tanto fervor agradar a Dios como esta criatura desea agradar a los hombres".

 ¡Oh Dios mío! ¡Qué locura no hacer todas nuestras acciones de manera que sean meritorias, fáciles y agradables! El medio para lograrlo es hacerlas con mucho amor y puramente por amor a Dios.

Nuestra perfección depende de todas nuestras acciones, y especialmente de las acciones ordinarias, porque estas son muchas más en número. Si las realizamos con perfección, seremos perfectos; si lo hacemos imperfectamente, seremos imperfectos. ¿Por qué, de dos religiosos que realizan las mismas cosas, uno es un excelente religioso y el otro no? Porque uno las hace con perfección y el otro con imperfección y tibieza (Rodríguez).

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