"El Gigante del Juicio y las Tinieblas del Norte"

respondió ser un Ángel en forma de aquel pobre marinero



En la ciudad de Roma, patria de San Gregorio Magno, siendo abad del Monasterio de San Andrés Apóstol, ahora llamado de San Gregorio, estudiando en su celda, descuidadamente entró un pobre desnudo y con gran humildad suplicó que le diera una limosna. Preguntándole por qué venía tan desprovisto de vestidos, le dijo que mientras cargaba mercaderías en un barco suyo junto al Tíber, una tormenta se lo arrebató, y él logró escapar nadando como pudo. Movido a piedad el santo prelado (que tal era su afecto con todos), mandó al procurador que le diera seis ducados. Volvió segunda vez el pobre, enfatizando su necesidad, y el Santo mandó que le dieran otros seis.

Andando el Santo Fe que le diese lo mismo, replicó el Procurador del Monasterio que no tenía dinero; díjole que fuese a la guardarropa y que vendiese alguna cosa. Replica: No hay cosa que vender, sino una fuente de plata que la madre de vuestra Paternidad envió llena de fruta. Mandó el Santo Fe que se la diese, con la cual el pobre marinero redimió sus miserias. No pasaron muchos días, que siendo el santo Patriarca agradecido al favor, en rendimiento de las gracias de la dignidad que nuestro Señor le había dado, mandó a su Tesorero que trajese doce pobres para que comieran a su mesa. Puestos ya a comer, contó el Santo trece pobres; y llamando al Tesorero, le dijo: Porque había traído trece pobres, pues no le ordenó sino que fuesen doce. Le replicó que él no había traído sino doce. 

Estando comiendo, miraba con grande cuidado el Santo al trece; ahora le parecía viejo, ahora mozo, ahora todo inflamado de llamas, causándole grande admiración. Habiendo acabado ya la comida, despidió a los pobres, y llevó consigo al trece pobre a su celda; y conjurándole quien fuese, respondió ser un Ángel en forma de aquel pobre marinero a quien había dado la limosna, y últimamente cuando más importuno, le consoló con una fuente de plata. 

Envíame Dios a que sea tu segundo Ángel en la dignidad Pontificia que vas a ocupar en regir su santa Iglesia, con lo que será muy presto. Dando infinitas gracias a su divina Majestad, de allí a pocos días sucedió a la Iglesia y Cátedra de San Pedro. Premio merecido, pues se lo alcanzó con el socorro que dio.

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