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La negligencia puede ser corregida por uno mismo. Pero respecto al Abad Estefano, que no había vivido negligentemente, sino que un león pardo tomaba cada día pan de su mano: cuando llegó la hora de su muerte, fue llevado al juicio. Él miraba fijamente la pared, respondiendo a las preguntas como si estuviera en el pasado, y murió sin saber qué sentencia había recibido. Esto causó gran temor entre todos los monjes, diciendo: "Si Estefano se vio en tal aprieto, ¿qué haremos nosotros?"
Y sobre el Abad Agatón, en ese momento, comenzó a temblar con los ojos abiertos. Sus discípulos le preguntaron: "¿Dónde estás ahora, padre?" Él respondió: "Delante de Dios", como se relata en la vida de los padres. Ellos le dijeron: "Entonces, ¿tienes miedo en su presencia?" Él respondió: "Mientras vivía, procuraba hacer la voluntad de Dios, pero ahora estoy ante Dios, soy humano y no sé cómo seré juzgado". Los discípulos le preguntaron: "¿No confías en que tus obras son agradables al Señor?" Él respondió: "Les digo la verdad, una cosa es vivir en el mundo y otra es comparecer ante el juicio de Dios".
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