La Virtud de la Castidad y su Poder para Aliviar las Almas

"¡Qué horrible visión!" (dijo otro condenado) "Dejo caer este seno y voy al cuartel de Judas,



Si la tierra se moja, se alegra el pobre, se enternece el logrero, se llena de temor, tiembla, no está en sí, no come, ni duerme, nada le gusta, no conversa con nadie, todo le enfada y casi ciego le ve el demonio.

Se acerca a él, y pareciendo que ha perdido la vida del conocimiento: nada le ayuda y le da un lazo, diciendo: "Con este lazo atarás el pietro, toma este palo para que te guíe". El pobre se encuentra confuso; pero dormido en la ignorancia, no sabe qué hacerse; mira el palo, y ve que es un árbol u viga. Mira el lazo, y ve el cordel y como no hay más perto que va avariento se ata a sí mismo, y se ahorca, hace falta en casa, buscan a su gente, y al que buscaban hombre y dueño, hallan racimo del infierno. "Vedme aquí, yo soy" (dijo una figura española), "que aunque estoy ardiendo en las eternas llamas del infierno, siempre permanece entero el cordel que me ahorcó." "¡Qué horrible visión!" (dijo otro condenado) "Dejo caer este seno y voy al cuartel de Judas, que también fue logrero en vender trigo, pues vendió el de los pobres a sus propios enemigos." "No vayas" (dijo otra voz) "que éste es peor que Judas, que el otro vendió barato, y este vende con subido interés, con deseo infame. Dejen arder, y déjenme a mí quejarme, pues para quitarme a mí el descanso, habrá muchas penas."

Porque jamás las penas socorri. ¡Ay, que ahora lloro la falta de pración! ¡Ay, triste del espíritu que no atendiendo al ahogo, que podía remediar con la limosna, sólo reparó en la usura y ambición, sin compasión a la necesidad! ¡Ay de mí, que hice ostentación del mal del prójimo, y alarde de la malicia, falto de la ostentación que debía tener, con aquella sangre que derramó el mejor hombre y por mi culpa se desperdició y malogró! ¡Ay, mísero padre, que como ciego me enseñaste a ser ciego! Si tu escuela fue de logros, ¿qué esperabas de este mísero discípulo falto de moral? Si te vi cometer culpas a mis ojos, ¿qué querías que hiciera este triste pupilo? Bien sabe el mundo que el elefante, el oso, el perro y la mona aprenden cuanto les enseñan y lo hacen. Pues un hombre que en la edad, cuando el patrón entra en la escuela, la tuvo mala, ¿qué avizoramiento de hacer, sino lo que vela hacer?

 ¡Ay de mí, que como los Bienaventurados se regocijan con la gloria de los otros, así aquí me regocijo de que mi padre esté en los infiernos, ya que yo lo estoy! Que por la boca del condenado le dije: "Mal de muchos, gozo es.

Inquietó el infierno de tal manera, que Lucifer con toda la gente de su guardia, cayó de fondo, llevando gran turba de corchetes, vilísima canalla del infierno, ardiendo en llamas al ver el poco caso que de él se hacía; pero lo mejor que pudo, recogió a todos los condenados, encerrándolos en duras mazmorras, donde a la noche siguiente fue visitando a los seres, uno a uno, llevando consigo una tropa de fieros verdugos. Llegó a un ser, a cuyas puertas golpeó con una vara que llevaba en la mano, y al instante se abrieron, saliendo a recibirle torrentes de llamas polvoreadas de azufre, oyéndose confusa gritería. Preguntó Lucifer: ¿Qué ser era aquel y quién lo habitaba? A lo que respondió el Escriba, diciendo: "Donde yo habito, ¿quién quieres que cite sino ingratos, y tantos que si tuviesen cuerpos los espíritus, no habría infierno para solo los ingratos? Entra Lucero de estas cavernas, y para que no tropieces, te alumbrará Malco." "Calla," dijo Malco, "que me das mayor tormento, aunque no hay otro mayor que el que yo paso." Lucifer volvió arrojando la vista espantada, y vio un espíritu que con una linterna en la mano, andaba buscando por el suelo, a quien Lucifer preguntó: "¿Qué es lo que haces?" "Busco lo que he perdido," replicó, "una oreja que me falta." Apenas lo dijo, cuando empezaron a castigarle cruelmente. Se interpuso un condenado, diciendo: "¿Para qué castigas tanto a ese desdichado, no le basta estar en los infiernos y sin oreja?" "No basta," respondió Lucifer, "pues quien llevando luz en las manos, no vio a la verdad y tropezó en la mentira. Pues aunque cortada por manos del gran Pedro, se la puso Dios, le fue tan ingrato que sin agradecer semejante beneficio, solo se ocupó en ir alumbrando a los judíos para que prendiesen a Cristo, y Hombre, a quien le hizo beneficio tan grande como darle luz; tropezó, cayó y no se levantó, pena y sienta." 

"¡Ay de mí!" dijo una voz triste, "más culpa es la mía, más castigo merezco yo, pues siendo cristiano y naciendo entre cristianos, donde resplandecen las luces del Evangelio, donde hay tan fieles católicos, y donde ondean sus capas los oradores, pregoneros de la Palabra de Dios, ingrato a todo, me condené y padezco yo solo más penas que cuantos moros y gentiles han muerto hasta hoy." "Calla," pronunció una voz ronca y espantosa, que al parecer estaba en alguna laguna, "que el castigo de Malco y el mío se originan de una misma causa."


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