Alumbra, Señor, mis ojos, para que cuando muera, no me diga mi enemigo: Prevalecido he contra él



 Alumbra, Señor, mis ojos, para que cuando muera, no me diga mi enemigo: Prevalecido he contra él. Salmo 11.

San Malaquías, obispo siendo mancebo, decía: "Todo este mundo está puesto en malicia, y mi espíritu no es de este siglo, porque las cosas que Dios me da a desear, como es la inocencia, continencia y justicia, no se pueden bien conservar en él debajo de su gobernador. Pues como yo traiga este tesoro en vaso tan quebradizo, temo no se pierda, por tanto yo renuncio todas sus pompas, y de gana perderé la vida, por hallarla después para siempre". Y se fue a la religión a servir a Dios.

Dijo un viejo del desierto: "Más preciosos dones nos prometió y dio Dios a los religiosos que a los seglares, cuyos deleites son breves, torpes y mezclados con grandes penas; pero a nosotros nos los dio espirituales, puros, eternos y constantes. Conviene, pues, salir de Egipto y de sus carnales deleites, dejémosles a ellos hacer sus hijos carnales: y nosotros prosigamos la empresa comenzada de nuestra pureza".

Como su padre de Trudon confesor le combidase a darse a la vida seglar, respondió con reverencia, diciendo: "Señor, por tu herencia escogí la patria celestial, y por los criados que me ofreces, los ángeles de mi Señor, y por la caballería quiero las peleas de Cristo contra los vicios, y por la esposa carnal, la castidad". Y como hiciesen los mozos burla de él y de su castidad, respondió: "Más me persuaden a mí Cristo y sus Santos, que vuestra vana persuadirlo.

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