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San Edmundo, se ocupaba de manera exagerada en las matemáticas y ciencias, una noche se le apareció su madre, le asió la mano y con los dedos de la otra mano le hizo un círculo, diciendo "Padre", y luego otro, diciendo "Hijo", y luego otro, diciendo "Espíritu Santo", y se le desapareció. Con lo cual quedó reprendido y entendió que le quería decir que su estudio fuese en Dios, y dejase aquella impertinente ocupación. Así, se dio luego a las sagradas letras, y Dios le dotó de muchas lágrimas, muy tiernas, cuando leía o predicaba, y tenía siempre una cruz en sus manos, que movía mucho a los oyentes.
Calerifo, monje, como fuese al desierto y lo quería seducir una mujer, ella se fue allá en hábito de varón, y se le saltaron los ojos de la cara. Y, teniendo misericordia de ella, le reprendió su loco atrevimiento y oró al Señor que la sanase, y la sanó. Una reina le rogó que la visitase, y no quiso, sino que respondió: "Si yo valgo algo con Dios, yo rogaré por ti, pero no verás mi rostro".
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