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Cuando ya el pecador se encuentra lleno de tristeza y amargura por sus pecados, y los aborrece de todo corazón, padece interiormente remordimientos e inquietudes, y no puede soslayar hasta arrojar de sí tan peligrosos hábitos, entonces las mismas consideraciones y motivos que le ocasionan tanta aflicción le impulsan y le llevan a librar una guerra interior hasta que los confiesa.
Esto es propio de la contrición y atrición, lo cual se explica con dos nombres que le otorgan los Santos y la Escritura. Primero, la llaman compunción: en este sentido, muchos Santos y en particular San Juan Crisóstomo escribieron extensamente mencionándola con esta voz, compunción.
La primera, porque en ella se sienten las espinas y estímulos del pecado que punzan y lastiman el alma; y así, cuando David sintió estas espinas del pecado que tan fuertemente le punzaban, entonces dijo que se convirtió a Dios (Salmo 31): "Convertidos fueron en mi aflicción mientras se confunde mi espina".
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