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«Ella está delante de su hijo, diciéndole: "Hijo mío, ten piedad de los pobres pecadores, porque muy a menudo no saben lo que piden." Ahora bien, en esto (decía él) son semejantes a la madre de los hijos de Zebedeo, quien pedía que uno de sus hijos estuviera a la derecha y el otro a la izquierda. Sin embargo, ella se equivocaba al hablar así, no considerando que aquellos a la izquierda serían condenados. Pero vuestro Dios, que sabe mejor que vosotros lo que os es necesario, respondió: "No sabéis lo que pedís."
Me diréis que no digo nada nuevo. Es verdad. Así te digo que es bueno amar, servir y ser devoto a la muy santa y muy digna Madre de Dios, porque todos aquellos y aquellas que tengan una perfecta y entera devoción a ella, nunca —es verdad, es verdad, es verdad— nunca (oh María, muy digna Madre de Dios) nunca perecerán. El mismo diablo está obligado de parte de tu hijo a honrarte y llamarte Madre de Dios, cosa que los demonios no suelen hacer: porque te llaman o Ma... Ma simplemente por desprecio, como los judíos, demonios u otros nombres blasfemos por gran indignación, pero nunca con ese título que es tan excelente, a saber, el de la muy santa Madre de Dios. Y cuando usáis esas palabras, decís todo, como a una Dama, honrándola con el nombre de madre del Rey, no pudiendo darle una dignidad más excelente ni más venerable.»
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