"El Gigante del Juicio y las Tinieblas del Norte"

para mayor devoción a esta Señora



 En esta ciudad de Valencia sucedió un día como hoy del año 1684 un caso que, por muchas circunstancias, se atribuyó a una especial fineza y evidente milagro de nuestra gran Reina y Patrona, Nuestra Señora de los Desamparados, resplandeciendo en él un gran ejemplo, tanto para serle muy devotos como para perdonar, por esta Señora, los agravios. Un ciudadano mayorazgo de su casa, llamado Vicente Blanquer, en quien siempre se advirtió una devoción singular a Nuestra Señora de los Desamparados, a la cual no solo visitaba todos los días en su capilla, sino que en su casa rezaba todas las noches el rosario de rodillas, salió una noche de su casa, y al cruzar una calle, un hombre le disparó un pistoletazo tan cerca que la boca del cañón le dio en el mismo carrillo. Las balas entraron por un lado y salieron por el otro, metiéndole dos muelas en lo interior de la lengua y sacándole los tacos por la boca. Cayó al suelo sin poder decir más que: "Virgen de los Desamparados, yo le perdono por Vos, Señora." Quedó de esta suerte sin sentido por algún rato, hasta que quiso la Virgen que volviese en sí. Acudieron médicos y cirujanos y, al reconocer la herida, admiraron mucho que no hubiera muerto de inmediato. Así estuvo algunos días Revalidando el propósito de no vengarse, lo cual en personas de poca edad es tan loable como pocas veces practicado, Vicente Blanquer se mantuvo firme. Sin embargo, como el demonio nunca cesa de buscar nuestro daño, una y otra vez le vino a la imaginación: 

“Si tú supieras quién es el que te disparó, ¿cómo podrías dejar de vengarte?”. La tentación fue tan vehemente que, aunque no la manifestó a persona alguna, en su interior consintió y resolvió matar al que le había disparado, en cuanto supiera dónde encontrarlo.

Al mismo punto que dio este consentimiento, sintió un dolor extraordinario en la lengua, que había quedado partida por las balas, y de inmediato comenzó a sangrar copiosamente, llenando una bacinilla. Observando que la sangre no provenía de la herida, sino de la parte intacta de la lengua, los cirujanos quedaron asombrados, pues jamás habían visto cosa semejante. Durante cinco días, no dejó de sangrar en abundancia, y viendo los médicos la gran extenuación, lo dieron por mortal. 

Llamó a su confesor y, confesándole el propósito que había tenido durante esos cinco días, este le dijo: “¿Qué espera usted? ¿No le cumplió a la Virgen la primera palabra que le dio al caer, de no vengarse, y quiere estar bien? Ratifique aquel primer propósito, que yo le doy mi palabra, en nombre de la gran Reina, que no echará más sangre y estará bien”. “Padre,” dijo entonces el doliente, “si retrocedí de mi buen propósito, fue movido por el sentimiento, y casi no puedo decir que fue con plena deliberación; pero ahora, con pleno acuerdo, digo que una y mil veces le perdono, y no tanto por el deseo de la salud, como por darle este gusto a Nuestra Señora de los Desamparados y salvar mi alma”.

¡Oh, gran bondad la de esta Señora! Desde aquel punto cesó la sangre sin que jamás volviera a salir; por lo cual, dos médicos y tres cirujanos que le asistían, se convencieron de que era una particular providencia y un patente milagro de nuestra Protectora, más aún cuando en breve recuperó la salud. Y lo que no se tiene por menos maravilloso es que, habiéndosele metido dos muelas dentro de la lengua por la violencia de la bala, y no habiéndoselas podido sacar con remedio humano, ellas mismas salieron en dos días dedicados a Nuestra Señora: una el día del Rosario, primer domingo de octubre, y la segunda, el día de la Presentación.

Hoy vive dicho Vicente Blanquer sin lesión alguna. Para manifestar su perpetuo agradecimiento, dejó el mayorazgo a otro hermano y se dedicó a un estado más perfecto, el de sacerdote, para el cual ya está ordenado como diácono, sirviendo de esclavo a Nuestra Señora de los Desamparados, cuya capilla prometió no dejar de visitar ningún día del año. Todo lo dicho lo atestiguan así los médicos y cirujanos, como el mismo Vicente Blanquer, que para mayor devoción a esta Señora, lo ha referido con juramento y dado facultad para escribirlo.

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