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Señor, que vea. Que cuando pases, ábreme la mente y el corazón para darme cuenta de lo valioso que soy
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Cuando pase el Señor por sus lugares, díganle como el ciego: "Señor, que vea. Que cuando pases, ábreme la mente y el corazón para darme cuenta de lo valioso que soy. ¿Por qué he decidido vivir en la miseria siendo tan grande?".
Yo quiero no vivir en la miseria como el hijo pródigo, hermano. Tenías riqueza, tenías un papá, una corona, tenías todo. Pero no, yo quiero estar entre los cerdos. Date cuenta, como también este hijo pródigo que un día se dio cuenta y dijo: "¿Qué estoy haciendo en medio de los cerdos? En la casa de mi padre se ven las grandezas. Con mi papá tenía todo. ¿Qué estoy haciendo entre los cerdos? Me regresaré, iré con mi padre y le diré". Y entonces se restituyó otra vez su imagen. ¿Qué le dijo el papá al hijo? "Pronto, pónganle una túnica", es decir, revístenlo de su dignidad.
Él es un príncipe. Yo soy el rey y él es un príncipe porque es mi hijo. Pónganle la túnica porque él está revestido de esta altísima dignidad. No eres ningún miserable ni ningún cerdo. Tú no eres para estar entre los cerdos, hermano. Eres mi hijo y es príncipe. Tienes que estar en esta casa. Pónganle un anillo en el dedo, es decir, la diferenciación. Colocarle el anillo significa: te estoy dando la autoridad mía. Yo soy el rey, te doy la autoridad porque eres mi príncipe. Y pónganle sandalias en los pies. ¿Por qué? Porque tú no eres esclavo. Solo los esclavos estaban descalzos. Tú eres hijo del dueño de esta casa y tienes que andar con sandalias, con túnica y con anillo. Eso es lo que hacemos nosotros en la terapia católica: que el paciente se dé cuenta de lo grande que es y que no necesita pastillitas mentirosas para supuestamente curarse.
No, hermano. Yo no he visto nunca en mis 20 años de terapia a nadie sanarse de sus miserias anímicas con una pastilla. Si eso fuera verdad, otra sería la historia de la humanidad. ¿Ven ustedes salud en la gente que ha estado tomando medicamentos controlados? ¿Los ven sanos, maravillosamente equilibrados? No, hermanos. Díganles que dejen la pastillita y vean cómo les va. Dile que intente dejar su pastillita para la depresión o para dormir, y verás lo que le pasa a esa persona.
Deja que deje la pastilla por unas horas, ni siquiera un día, y ya está temblando la persona: "Ocupo mi pastilla". ¿Por qué? Porque la hizo dependiente de una pastilla. Qué bonito es cuando el cristiano se da cuenta de que me hago dependiente, pero de Cristo. Necesito la Eucaristía, es la única manera de sanarme.
Este ciego, cuando se dio cuenta de que no era ningún miserable, dejó la ceguera porque ya se dio cuenta de quién era. Siguió a Jesús. Si ustedes analizan más bíblicamente, ese fue el último milagro que hizo Jesús, porque de ahí se fue a Jerusalén a morir en una cruz. El último milagro que hizo de una manera abierta y extensiva, como se ve en la Sagrada Escritura. Pero ahí se fue a morir en la cruz. Lo más seguro es que este ciego debió haber presenciado la muerte de Jesús, pero lo siguió y se sanó.
Así que, mi hermano, en conclusión: ¿quieres verdaderamente dejar tu ceguera y quieres verdaderamente vivir, no en la miseria anímica, sino en la grandeza de lo que eres? Porque eso eres. Digo, si estás bautizado, eres grande. Si todavía no estás bautizado, no tienes los niveles de hijo de Dios. No eres hijo del Altísimo. ¿Están bautizados todos aquí, hermanos? Levanten la mano los bautizados. Ah, pues todos los que levantamos la mano somos príncipes, somos grandes, no somos miserables. Dios no te pensó para que vivieras en la miseria. Y me estoy refiriendo a las miserias anímicas, porque a veces relacionamos tanto esto de la miseria con carencia de cosas materiales. No, hermano, puede haber ricos miserables, sumamente miserables. Puedes tener mucho dinero y muchas pertenencias, pero ser una persona miserable. Como me dijo una persona cuando estaba en San Enrique Emperador, ahí en Providencia con los ricos, una familia que estimé mucho: "Nosotros, padre, somos tan pobres que lo único que tenemos es dinero". Somos tan pobres que lo único que tenemos es dinero. Así es. No vivas miserable, hermano, porque no fuiste creado para eso. Tú fuiste creado para cosas grandes. ¿Para qué? Para ser otro Cristo. Fuimos hechos para las cosas grandes. Créetelo, hermano, porque lo que te estoy diciendo no es ningún discursito, no es ninguna demagogia espiritual. Esto es así. Estás hecho para las cosas grandes. Así que hoy, mis hermanos, vamos a decirle a Jesús en su momento, desde el corazón: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí".
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