La Boda de los Ángeles caídos

esta manera vencía su tentación.

 


Amonio, un monje, tenía puesto al fuego un hierro ardiente para, cuando le viniese la tentación, quemar sus carnes con él, para que con un fuego se apagase otro. Siempre que pasaba junto a la lumbre, temblaba al ver los dolores que allí solía recibir.

Un monje tenía una tentación continua por la memoria de una mujer que había visto en el mundo, y un día yendo el despensero a la ciudad, la vio enterrar. Volviendo al monasterio, refirió a los monjes todo lo que había pasado, y oyendo esto aquel monje, procuró ir a la ciudad con el despensero, y en el camino le dijo: "Muéstrame la sepultura de aquella mujer." Y como se la mostrase, la abrió y en el cuerpo ya hediondo revolvió un paño, y lo ensució con aquella sangre corrupta. Volvióse a su celda, y cuando el demonio le traía la figura de aquella mujer, sacaba el paño sucio, lo miraba y lo olía, y decía: "Toma hasta hartarte de esta abominación," y de esta manera vencía su tentación.



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