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San Vicente Ferrer, que anduvo por toda España, Francia e Italia, como un relámpago convirtiendo gentes, y que convirtió a más de veinticinco mil hombres perdidos, y que para andar más pronto, no traía consigo más que el breviario y una Biblia, y hablaba en un lenguaje que todas las gentes le entendían, y era terrible en su reprensión.
Isidro, natural de Madrid, oyó decir que Dios había puesto esta penitencia a Adán, de que en el sudor de su rostro comiese su pan, y dijo: Yo también soy pecador, y hijo de Adán, a mí me conviene tomar esta penitencia. Y así se alquilaba para arar y trabajar, pero no perdía por esto sus devociones cada día por la mañana en la iglesia, y así iba tarde a arar, y como su amo lo acechase para ver si era así, vio que iba tarde, pero vio que los ángeles le ayudaban a arar con otro par de bueyes, y dijo: Más vale su trabajo de este, aunque venga tarde, que no el de otro, aunque temprano.
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