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La humildad y mansedumbre fueron las virtudes más caras a Jesucristo, por lo que dijo a los discípulos que aprendiesen de Él a ser mansos y humildes. Nuestro Redentor fue llamado cordero: “He aquí al Cordero de Dios” , sea por razón del sacrificio que había de consumar en la cruz para satisfacción de nuestros pecados, sea por la mansedumbre que manifestó en toda su vida, y especialmente en tiempo de su pasión. Cuando recibió en casa de Caifás la bofetada del ministro del pontífice, que, a la vez, lo trató de temerario, al decirle: “¿Así respondes al pontífice?” , Jesús respondió solamente estas palabras: “Si hablé mal, da testimonio de lo malo; mas si bien, ¿por qué me hieres?” .
Esta mansedumbre prosiguió ejercitándola hasta la muerte, pues pendiente en la cruz, cuando los soldados le escarnecían y blasfemaban de Él, Él se limitaba a pedir al Padre Eterno que los perdonara.
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