La Boda de los Ángeles caídos

"La misericordia de Dios es infinita, pero también lo es su justicia



 un monje llamado Fray Agustín. Un día, mientras leía una antigua escritura sagrada, se encontró con un pasaje que decía: "Domine, exaltetur manus tua", lo que significaba: "Señor, levántese tu brazo".

Intrigado por estas palabras, Fray Agustín comenzó a meditar profundamente en su significado. Esa noche, tuvo una visión. En la visión, fue llevado al infierno por un ángel . Al llegar, vio una multitud innumerable de almas condenadas, pueblos enteros, ciudades y reinos, todos sumidos en el tormento eterno.

El ángel oscuro le explicó: "Estos son los que no supieron aprovecharse de la gracia de Dios. Fueron necios y envidiosos en vida, y ahora, en la muerte, viven eternamente rabiando de ese mismo mal".

Fray Agustín, aunque aterrorizado por lo que veía, mantenía la calma y preguntó: "¿Por qué he sido traído aquí? ¿Qué debo aprender de esto?"

El ángel respondió: "El profeta Isaías dijo: 'Domine, exaltetur manus tua', refiriéndose al brazo levantado de Dios para castigar a los impíos. Estos castigos son terribles, pero son el resultado de la justicia divina. Tú, Fray Agustín, has sido traído aquí para que comprendas la magnitud de la justicia y la misericordia de Dios. Aquellos que temen al Señor y le sirven con fidelidad serán recompensados, mientras que los que le ofenden serán castigados severamente".

El monje miró a su alrededor y vio a aquellos que se burlaban de los justos, ahora cubiertos de confusión y vergüenza, sin poder ver jamás la gloria de Dios. La visión era clara: el infierno no solo era un lugar de sufrimiento físico, sino también de tormento espiritual, donde la envidia y la necedad consumían a las almas.

"Pero Señor," clamó Fray Agustín en su visión, "¿no hay esperanza para estos pobres seres?"

El ángel oscuro miró con tristeza y dijo: "La misericordia de Dios es infinita, pero también lo es su justicia. Estos aquí presentes tuvieron oportunidades innumerables de redimirse, pero eligieron ignorarlas. Sin embargo, tu misión es regresar y advertir a los vivos, para que se aparten del mal y busquen la verdad y la luz".

Con un último vistazo a las almas en pena, Fray Agustín fue devuelto a su celda. Despertó sudoroso y tembloroso, pero con una nueva resolución en su corazón. Desde ese día, dedicó su vida no solo a la oración y la meditación, sino también a advertir y guiar a los demás hacia el camino de la salvación, para que pudieran evitar el destino que él había presenciado en su visión.

Y así, el monje Fray Agustín se convirtió en un faro de esperanza y sabiduría, enseñando a todos los que le escuchaban sobre la justicia y la misericordia de Dios, y recordándoles siempre las palabras del profeta: "Domine, exaltetur manus tua".

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