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"De un viejo monje, de 36 años, tenía diez discípulos. Uno de ellos era negligente y desobediente. El viejo le reñía diciéndole: "Mira, te vas a morir. Si sigues siendo negligente, eso te pesará por la negligencia que tienes ahora". Y sucedió que el negligente murió. El viejo se dio cuenta de que Dios había actuado con él. Fue llevado en una visión al purgatorio y vio a muchos sufriendo en un lago de metal ardiente. Reconoció al negligente y le dijo: "¿No te lo advertí?". El negligente estaba sumergido en el metal hasta el cuello y respondió: "Gracias a Dios que por tus oraciones mi cabeza no está sumergida. Debo decirte que tengo debajo de mis pies a un obispo".
Un monje dijo: "Los profetas vieron las divinas revelaciones y las escribieron para nuestro beneficio. Después vinieron nuestros padres y vivieron según lo que ellos escribieron. Más tarde, otros vinieron y escribieron aún más para beneficio de muchos. Ahora ha llegado una generación de hombres que ha escrito grandes libros sobre ello y han llenado los estantes con ellos".
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