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Martín, paseando por el campo con sus discípulos, llegó a un extenso y florido campo que resplandecía con la belleza de innumerables flores de colores vibrantes. Los discípulos se maravillaban ante la vista, disfrutando del aire fresco y el canto de los pájaros. La tranquilidad del lugar les infundía paz y gratitud por la creación.
Después de recorrer un buen trecho, tomo otro camino. Martín y sus discípulos eligieron uno de los senderos, que los condujo a otro prado donde los bueyes habían pastado. Allí,el lugar irradiaba una sensación de orden y serenidad. En ese momento, Martín se encontró con Sulpicio, quien también estaba paseando por el campo. Observando el estado del prado, Martín dijo a sus discípulos: "Así son los que están en gracia de Dios." Sus palabras resonaron con un profundo significado, pues el prado bien cuidado simbolizaba las almas que viven en armonía con la voluntad divina, ordenadas y fructíferas.
Continuaron su paseo y pronto llegaron a otro prado, pero este era muy diferente. El suelo estaba hozado y enlodado, con evidentes señales de haber sido revolcado por cerdos. Las plantas estaban desarraigadas, y el aire tenía un olor acre. Martín, con una expresión de tristeza, señaló el prado y dijo: "Así son los lujuriosos." Sus discípulos entendieron que comparaba el terreno desordenado y destruido con las vidas de aquellos que se dejan llevar por sus deseos desmedidos y pasiones desenfrenadas, alejándose de la pureza y la gracia divina.
El paseo de Martín y sus discípulos se convirtió en una lección profunda sobre la virtud y el vicio, utilizando la naturaleza como un espejo que reflejaba las diferentes condiciones del alma humana.
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