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Permitir la Comunión a los divorciados vueltos a casar no es un acto de misericordia, “porque la misericordia requiere el arrepentimiento. Si he hecho algo mal, me arrepiento. Si he hecho algo mal, para arrepentirme debo romper con el mal que he cometido. Esto es misericordia. Miremos al hijo pródigo. Se marcha de casa para decir “soy independiente, soy autónomo respecto a mi padre”. Su padre quiere perdonarle, pero si el hijo pródigo no vuelve a casa no puede ser perdonado. Para ser perdonado, debe renunciar a su vida y volver a casa. Esto es misericordia. Si se queda lejos de casa, no puede recibir la misericordia. Para recibir la misericordia es necesario romper con el pecado”.
El padre de la parábola no puede ir a estar allí donde se encuentra el hijo, “porque la casa es ésta, no un lugar allí afuera. El hijo debe regresar a casa. Si vuelve a casa, abandona su independencia, su pecado. En el Evangelio, el hijo torna a casa diciendo: “soy tu hijo, no soy digno, tómame como siervo”. Esto es arrepentimiento. Si no hay arrepentimiento, no hay misericordia”.
E episodio de Jesús con Zaqueo, que recibe al Maestro en su casa, provocando la murmuración de la gente, y le dice: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más”. Y comenta el Cardenal Sarah: “Está arrepentido. Ya no robará más, y no solo eso: restituye lo que había robado. Esto es misericordia. Lo mismo vale para la samaritana. (…) Lo que ha hecho Zaqueo no ha sido insignificante. Solo los niños se suben a los árboles. Él se ha humillado subiendo al árbol; (…) ha subido al árbol de la Cruz, es decir al árbol que destruye el pecado (…) y Jesús ha ido a su casa para confirmar esto”.
Después relaciona este pasaje con la cuestión de la Comunión: “Si no dejamos atrás nuestro pecado, ¿cómo podemos recibir la Comunión? Dios y el pecado no pueden coexistir. No es rigidez. Es para llevar una verdadera curación. Debemos ayudar de verdad a las personas. Si alguno está herido, no basta ponerle un bálsamo sobre su mano. Hay que curarle”.
Y concluye: “Todos somos pecadores, pero vamos a confesarnos y no queremos permanecer en el pecado. Un matrimonio es algo instituido de modo firme. Si he contraído un segundo matrimonio de por vida, es un pecado instituido de modo firme, no puedo después afirmar que puedo recibir la Santa Comunión”.
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