La Boda de los Ángeles caídos

Qué paciencia, últimamente, qué mansedumbre, y qué humildad no nos enseña la de Cristo,



¿Qué obediencia no aprenderemos, viendo a Cristo mismo no aprender obediencia, sino enseñarla en sus mismos tormentos y abatimientos? ¿Qué amor a Dios y a nuestros prójimos? Viendo a Jesús haber salpicado con su sangre la Cruz para poner un sello en la alianza de la caridad, y para intimar su ley nueva y nuevos preceptos al mundo. ¿Qué paciencia, últimamente, qué mansedumbre, y qué humildad no nos enseña la de Cristo, que son las virtudes que con especialidad nos encarga aprendamos de su conducta?

 Y en su pasión, y en su misma Cruz es donde principalmente nos dejó el ejemplo más elocuente, y en que nos impuso tácitamente los preceptos más obligantes de aquellas soberanas virtudes. La meditación, pues, sobre los tormentos del Salvador y su sagrada pasión es la escuela grande de la perfección cristiana.

 En ella encuentran todos los santos su alegría y su consuelo; en ella festejan continuamente sus almas con los frutos más suaves de amor y de devoción; en ella aprenden a morir perfectamente para sí mismos, y adoptan los sentimientos del mismo Cristo crucificado. Con ella esfuerzan su espíritu a la compunción más perfecta; y colocándose espiritualmente bajo la Cruz de nuestro Redentor, ofrecen sus lágrimas y tiernas súplicas al Padre por medio de la intercesión del Hijo, que quiso hacerse hostia y sacrificio en su misma persona por nosotros en este árbol. Yo me senté a la sombra del que yo deseaba.

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