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San Anselmo vio a un muchacho jugar con un pájaro que tenía atado a una cuerda. El muchacho se lo mostraba al obispo San Anselmo, soltando la cuerda y haciendo que el pájaro, pensando que estaba libre, volara. Luego, el muchacho tiraba de la cuerda y volvía a atraer al pájaro, lo que le causaba grandes risas.
Cuando el santo obispo observó el juego y vio que el demonio jugaba de manera similar con las almas que tenía cautivas, mandó a un criado que fuera y cortara el hilo, dejando libre al pájaro. Así lo hizo, y el pájaro se fue volando. El muchacho lloraba mientras que el santo obispo se alegraba, considerando que de la misma manera lloraba el demonio cuando alguna alma se le escapaba de las manos, y se alegraban Dios y todos sus ángeles.
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