acuérdate de que mucho hace el que evita la ociosidad.»

 

 ¿Qué es la pereza? La pereza, también llamada acedia, es una palabra griega que significa enfado, fastidio y negligencia. 

Es un pecado capital cuando a alguien le enfada y cansa hacer el bien, y recibe fastidio y disgusto de estar obligado a cumplir los Mandamientos de Dios y de caminar por el camino de la virtud. Santo Tomás dice que es una tristeza gravosa que de tal manera abate el alma que en nada bueno halla gusto. Esta tristeza, añade, siempre es mala, ya sea en sí misma, ya por sus funestas consecuencias. Pues siempre es malo entristecerse de aquello que en realidad es bueno, por más que tenga la apariencia de mal, como también será siempre malo deleitarse de aquello que, por más que tenga la apariencia de bien, es mal en la realidad.

Estando san Antonio solo en un vasto desierto, y sintiéndose terriblemente agobiado de tristeza por pensamientos impuros, tinieblas y sequedades interiores, dijo a Dios: «Señor, deseo salvarme; mas los pensamientos que me agitan son un obstáculo a mi salvación. ¿Qué haré en tanta aflicción? ¿Cómo me salvaré?» Se levantó luego, fue a la celda, y encontró en ella a un hombre que estaba trabajando sentado y que enseguida se ponía de rodillas a orar, lo que hizo varias veces, mezclando así sucesivamente la oración con el trabajo manual. «Sin duda», dijo el Santo, «es un ángel que Dios me envía para enseñarme lo que tengo que hacer.»Sí, le contestó el ángel: «Haz lo que me has visto hacer, y serás salvado.» (Vida de San Antonio Abad). 

No es, pues, extraño que los padres del desierto trabajasen con tanto ahínco para desterrar el ocio y promover el amor al trabajo. Se refiere en una de sus vidas que el superior de una comunidad, después de haber ocupado por la mañana a sus religiosos en hacer cestas de mimbre, se las mandaba deshacer por la noche, de manera que siempre estaban comenzando de nuevo. No faltó uno entre ellos que, cansándose de un trabajo cuya utilidad no veía, fue al abad y le representó ingenuamente que estaba sorprendido de que les mandase perder así el tiempo, pues era no hacer nada trabajar para destruir después lo que habían hecho. «Te equivocas, hermano mío», le contestó el abad, «está persuadido de que no pierdes el tiempo, y acuérdate de que mucho hace el que evita la ociosidad.» (Vida de los Padres del Desierto).

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