La Boda de los Ángeles caídos

La Humildad de Nuestra Celestial Reina


Resplandece en este ejemplo la gran humildad de nuestra Celestial Reina, que no se desdeñó de bajar, vistiéndose del humilde traje de pastora, para consolar a su devoto. Por conveniencias propias no queremos parecer jamás menos de lo que somos, y la que es Reina del Cielo quiso, por conveniencias ajenas, parecer pastora. Seas, oh Soberana Reina, una y mil veces alabada; ¡y qué lecciones tan admirables nos estás dando en estos ejemplos! ¡Qué cuidado no pone la otra en que cada día suba de punto la gala del vestido! ¡Qué afán en que las joyas se mejoren! ¡Qué diligencias para, si es solo noble, querer parecer título! Si condesa o marquesa, no mira sino que le den tratamiento de duquesa. Lo mismo pasa entre los hombres; pocos son los que no quieren parecer mucho más de lo que son. Vean, pues, ahora si imitan a la gran Reina, que como pastora se apareció tantas veces, y no solo no anheló jamás esta Soberana Señora aparecer más de lo que era sino aparecer menos: y nosotros no solo no queremos parecer menos, sino más.

**Ejercicio:** Humillémonos un poco, y en particular en los trajes; y por amor de nuestra dulcísima Virgen, demos la limosna de uno de los vestidos en que más hubiéramos afectado el parecer más de lo que somos. Y si nadie hay que le parezca haber incurrido en esto, sepa que no tendrá perfecta humildad, virtud de quien se vistió nuestra Celestial Rosa; y así podrá tomar por ejercicio abstenerse todo ese día de la fruta o comida que más gusto le diere. Ni extrañes lo que he dicho, que no tendrá perfecta humildad quien pensare que en sus trajes no ha querido parecer más de lo que es; porque si la medida de nuestros vestidos fuese la miseria y bajeza que en nosotros mismos llevamos, muy miserablemente vistiéramos. ¿Somos más que un saco de podredumbre, de inmundicia y de gusanos? Pues con otro saco, esto es, con un vestido humilde, con que según el estado se cubriese nuestra desnudez, había bastante; y por consiguiente, lo demás es vanidad, presunción y altivez, enemigos capitales de la humildad. Uno de los elogios con que Ricardo saludó a nuestra gran Reina fue llamarla Rosa, cuyos ámbares fueron la humildad: Rosa inclinis et humilis per humilem obedientiam justa doctrinam Spiritus Sancti: audi filia et vide, inclina aurem tuam. (Salmo 44).

Respiremos, pues, humildad, si queremos ir en seguimiento del olor y fragancia de sus vestidos, y digamos ahora la oración que le decía Santa Catalina de Siena.

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