La Boda de los Ángeles caídos

El Manuscrito Maldito: El Rescate de la Virgen



Era una oscura noche de invierno en el antiguo monasterio de Rocafuerte. Los vientos aullaban como almas en pena y las sombras danzaban en las paredes de piedra. En el corazón de este antiguo lugar, un niño yacía en su cuna, envuelto en mantas y sueños profundos. Era Aquino, aún un infante, bendecido con una pureza y sabiduría más allá de sus años.

Una noche, mientras los monjes se reunían para sus oraciones nocturnas, la nodriza del pequeño ,lo observaba dormir. En su diminuta mano, apretaba un papel antiguo y desgastado, en el que estaba escrito el Ave Maria. La nodriza, intrigada y preocupada por el contenido de aquel papel, intentó retirárselo suavemente, pero los dedos del niño se cerraron con fuerza sorprendente.

Mientras más intentaba la nodriza, más fuerte parecía el agarre del niño. De repente, una ráfaga de viento helado atravesó la habitación, apagando las velas y sumiendo el cuarto en una oscuridad profunda. En medio de las sombras, la nodriza escuchó un susurro, un eco distante de voces antiguas murmurando oraciones. Asustada, volvió su mirada al niño, solo para encontrar sus ojos abiertos y brillantes con una luz extraña.

El papel, que antes era un simple pergamino, comenzó a transformarse. De sus bordes emergieron sombras informes que se retorcían y alargaban, tomando formas grotescas y aterradoras. La nodriza retrocedió, aterrorizada, cuando las sombras comenzaron a arrastrarse hacia ella, susurrando maldiciones en lenguas olvidadas.

el bebe, sin embargo, permanecía sereno. Con un movimiento repentino, llevó el papel a su boca y comenzó a masticarlo. Las sombras se detuvieron, congeladas en su avance, mientras el niño consumía el pergamino. Con cada mordisco, las formas oscuras se desvanecían, disolviéndose en el aire como humo en el viento.

De pronto, una figura luminosa apareció en la habitación, irradiando una luz suave y cálida. Era la Virgen María, envuelta en un resplandor celestial. Se acercó al niño, tocando suavemente su frente con una sonrisa llena de amor y compasión. La nodriza, arrodillada y con lágrimas de alivio, observó cómo la luz de la Virgen disipaba los últimos vestigios de oscuridad.

"Este niño está bajo mi protección", dijo la Virgen con voz suave pero firme. "Su devoción y pureza serán su escudo contra las sombras. Nunca temas, pues él llevará la luz a los lugares más oscuros."

Con esas palabras, la Virgen desapareció, dejando tras de sí una paz profunda y duradera. La nodriza, aún temblando, recogió al pequeño Tomás y lo acunó, sintiendo en su corazón que había presenciado un milagro.

Desde aquella noche, el monasterio de Rocafuerte nunca más fue visitado por sombras oscuras.

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