Nunca respondas si escuchas que tu nombre es llamado por el río”

El demonio se convirtió en esclavo

 

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Habitaba este insigne varón en una pequeña celda junto a la puerta del Sol de la ciudad, donde le enviaban muchas limosnas para que las repartiese. Allí acudían estas mujeres públicas llorando sus pecados, recibiendo la gracia sacramental de la penitencia, y otros pobres necesitados, a los cuales con su acostumbrada piedad atendía.

Ya cercano al fin de su vida, permitió Dios que al hombre que le había dado la bofetada, un demonio en forma de un esclavo negro le diese otra al entrar en su cuerpo, diciendo: "Tomad esta bofetada que os manda el santo Abad Vitalio, a quien vos disteis otra", y empezó a atormentarle, cayendo el hombre al suelo. Corrió toda la ciudad al ruido, echando grandes espumarajos de la boca y haciendo disformes visajes. Puesto en pie, se rompía los vestidos, corría así a la celda del santo Vitalio, diciendo a voces: "Yo te he ofendido, Santo Vitalio, ten misericordia de mí", siguiéndole casi toda la ciudad. Llegando a la puerta de la celda se cayó, y al procurar entrar dentro, hallaron al Santo de rodillas dando su alma dichosa y enriquecida de bienes a Dios nuestro Señor. Y en la pared cerca de donde estaba un santo Cristo, había un rótulo que decía: "Hombres de Alexandria no juzguéis a nadie antes de tiempo, basta que venga Dios a juicio".

El endemoniado a voces confesaba el agravio que había hecho al Santo y lo que el Santo le había dicho. Dieron parte de todo esto al Patriarca Alexandrino, quien juntamente con el clero fue a la celda para honrarle como a tan gran siervo de Dios. Disponiéndose el entierro, además de asistir toda la ciudad, le acompañaron cerca de tres mil con velas encendidas, que eran viudas, doncellas, huérfanos, pupilos, mujeres públicas, y hombres de mala vida, a los cuales había convertido a penitencia y socorrido con limosnas, engendrándolos espiritualmente. Todos con lágrimas decían a voces: "Padre de nuestras almas, remediador de nuestras necesidades, y refugio de nuestras tribulaciones, ¿a quién nos dejas, quién nos amparará, a quién hemos de acudir?", manifestando la grande caridad, limosnas del Santo, y buenas obras que habían recibido, pues hasta entonces no se habían publicado.

Le enterraron en la iglesia catedral, y el Patriarca San Juan Alexandrino en sus honras, que duraron por espacio de ocho días, en una oración fúnebre manifestó las grandes virtudes del Santo, proponiendo que cuando no hay otro remedio para convertir a un hombre envuelto en pecados, lo es ejercitarse en la caridad y limosna, la cual ablanda y enternece el corazón a penitencia, y que ella en el fin de la vida es segura guía y defensa contra el demonio. Y en las casas donde se da por Dios, tienen siempre la bendición de su divina Majestad, además de la multiplicación de sus bienes, y nos iguala con el mismo Dios. Con ella compramos el cielo, y donde no la hay se extinguen las casas y familias, nos libra del pecado y del infierno; es segundo Bautismo que lava nuestras culpas; es señal de predestinación, nos muestra a Dios, consuela a los afligidos, es vida de abundante usura con nuestro Señor, perdona las culpas, con poco nos hace comprar el cielo, no perdemos con ella, sino ganamos, y no dar limosna mata a Cristo. Con ella se salva el rico, libra de la muerte repentina, perfecciona las obras, y es imposible que un hombre caritativo se condene. Y acabando los ocho días de sus honras, dieronle a la sepultura, en donde nuestro Señor obra muchos milagros, y el primero que hizo fue liberar del demonio al hombre que le había dado la bofetada y salvó su alma.


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