La Boda de los Ángeles caídos

Milagros de la Virgen de Tejeda y la Virgen de los Desamparados: Prodigios en Garavalla y Nules (1660-1662)**

 


El año mil seiscientos sesenta, en el lugar de Garavalla, del marquesado de Moya, día como hoy, estaban acarreando mieses con un carro de bueyes. Habiéndolos apartado de la era un poco mientras componían las haces, comenzaron a caminar, y en vez de ir por una parte, ciegamente echaron por otra; de suerte que vinieron a parar en un despeñadero que tenía más de ochenta palmos de alto. La gente que estaba en las eras, viéndolos entrar en el despeñadero, daban voces: "¡Virgen de Tejeda, detened carro y bueyes, que van a pique, y no hay quien los socorra!"

No fue este el mayor peligro. Acudieron a toda prisa de través para ver si podían detener los bueyes, cuando ellos no se podían sostener en lo pelado de las peñas. Al llegar los hombres, el carro se trastornó, no a un lado, sino por encima de los bueyes, quedando estos hacia arriba y el carro despeñándose por abajo. Fue mucho que su peso no llevase tras sí a los bueyes, por no tener donde estribar. Pero lo prodigioso del caso estuvo en que tres hombres que habían acudido para ver si podían remediar algo, estando en la trayectoria del carro, no fueron maltratados por este, siendo preciso para esto que los bueyes hincasen las rodillas en una parte donde, por lo empinado, era naturalmente imposible. Sin embargo, se sustentaron así arrodillados hasta que vino más gente y cortaron las coyundas, con lo cual el carro cayó en un profundo valle, librándose así la gente como los bueyes. Todos atribuyeron esto a un milagro patente de Nuestra Señora de Tejeda, a quien fervorosamente habían invocado.

También sucedió, día como hoy, aquel tan nombrado favor que hizo nuestra Patrona la Santísima Virgen de los Desamparados en la villa de Nules el año de 1662 a Jaime Correas, natural de Aragón y habitante de esta ciudad, albañil. Estaba este hombre en lo más alto de la iglesia parroquial y, hundiéndosele un tablón sobre el que se apoyaba, dio de cabeza sobre un esquinado mármol de una sepultura, sin tener más tiempo que decir en el aire: "Virgen de los Desamparados". Con esta voz tuvo bastante para quedar ileso y sin el menor daño, como lo atestigua él mismo, que hoy día vive, y los que estaban en ese momento en la iglesia, admirando todos que no se hubiese dejado en la losa los sesos.

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