Nunca respondas si escuchas que tu nombre es llamado por el río”

por la intercesión del bienaventurado San Luis.

 


Viendo en Italia cruel guerra entre los bandos de Güelfos y Gibelinos, aconteció que un gran varón de Bauso fue herido con una saeta conforme a la crónica, debajo del ojo izquierdo, tan gravemente que la saeta le atravesó la cabeza y salía el asta por el cuello. Todos los médicos, considerando la herida con gran diligencia, de un parecer dijeron que no se podía dar remedio por vía natural, sino que sacada la saeta, aquel caballero debía morir. Por lo tanto, se le aconsejó que se confesara, ordenara su testamento y se preparara lo más pronto posible para ir por aquel camino al Señor. Al escuchar esto, el caballero se volvió a invocar al bienaventurado San Luis, cuyos milagros entonces resonaban por el mundo, y con gran confianza hizo una oración de esta manera: "Oh gloriosísimo San Luis, que cambiaste tantos reinos temporales por el Reino de los Cielos, te pido humildemente que, siendo yo vuestro miserable vasallo y criado, si reinaseis en el mundo, tengas a bien socorrerme y librarme de esa espantosa muerte. Prometo que, recobrando la salud, iré pronto a visitar tu santo sepulcro con una imagen de cera que pese tanto como yo". 

Después de hacer este voto, aquella maravillosa saeta, vista por muchos presentes, se desprendió del lugar donde estaba clavada sin causar dolor alguno, y la herida sanó, dejando solamente una pequeña señal como memoria del milagro. Lo más sorprendente es que a ese caballero le fue concedida la gracia de curar a otros heridos por saetas por la virtud de Dios nuestro Señor y por la intercesión del bienaventurado San Luis. Luego, fue a visitar la sepultura del glorioso santo con la imagen de cera de su peso, como había prometido, y contó el milagro en presencia de los frailes y otros testigos, afirmándolo bajo juramento.

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