"El Gigante del Juicio y las Tinieblas del Norte"

Si con la consciencia dudosa ejecutamos alguna acción, pecamos



la consciencia encamina hacia lo recto y lo bueno, porque no es otra cosa que un dictamen práctico de la razón, el más próximo a la voluntad, derivado de la primera y principal regla de todas las acciones humanas, que es la Ley Divina. 

Por enfermedad de los órganos corporales, algunas veces aprehendemos lo malo como bueno, y a esta aprehensión la llaman los teólogos consciencia errónea, y con esta obramos también seguramente. Al ejecutar lo contrario de lo que ella nos aconseja, cometemos pecado, ya sea grave o leve, según la materia y el precepto que debemos guardar u omitir.Es tan suave como fácil la observación de los preceptos Divinos, Eclesiásticos y naturales: la piedad de Dios no nos manda otra cosa sino que obremos arreglados al consejo de nuestra consciencia. Si es recta, caminamos seguros sin quebrantar la Ley; si es errónea, se hace recta por la buena intención. Así, el deseo de obrar bien y acomodado a los preceptos nos hace buenos observantes y perfectos católicos. Así, es regla general y segura que es pecado todo aquello que no se conforma con nuestra consciencia, y todas nuestras acciones, votos y deseos se han de ejecutar con conocimiento práctico de que son lícitas y buenas.

Además de la consciencia recta y errónea, cuya resolución siempre es buena y la contraria ejecución es pecaminosa, el entendimiento padece alguna suspensión en las acciones, y esta se llama consciencia dudosa. Si con la consciencia dudosa ejecutamos alguna acción, pecamos, aunque acertemos con lo bueno. La razón es por el peligro al que nos expusimos de pecar, y siempre nos insta la consciencia a obrar según lo bueno que se nos propone, no lo malo ni lo dudoso.

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