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En un pequeño pueblo, vivía Don Matías, un hombre conocido por su rectitud y su carácter reservado. Todos lo consideraban un hombre justo, que pocas veces levantaba la voz y siempre tenía una palabra sabia para aquellos que lo buscaban. A los ojos de los demás, era un hombre pacífico, moral y querido por todos. Sin embargo, en la oscuridad de su hogar, su verdadero ser emergía.
Don Matías tenía una esposa llamada Clara, una mujer virtuosa y devota que dedicaba sus días a rezar y a cuidar de su casa. Pero para él, nada de lo que hacía era suficiente.
Al llegar a su hogar, su semblante tranquilo se transformaba en una tormenta. Exigía que la comida estuviera perfecta, que la casa reluciera y que su esposa lo atendiera con la sumisión de una esclava. Cualquier pequeño error, como un plato mal presentado o una prenda fuera de lugar, desataba su furia. Gritaba, insultaba, y su boca, que fuera de casa parecía contener sabiduría, en su hogar no hacía más que escupir veneno.
Clara, con su paciencia infinita, soportaba el maltrato. En silencio, rezaba el rosario, esperando que algún día su esposo se diera cuenta del dolor que le causaba. Pero los días pasaban y Don Matías no cambiaba. Al contrario, su ira se hacía más profunda, y comenzó a explorar caminos oscuros, buscando respuestas en lo prohibido. Empezó a frecuentar a una anciana del pueblo, conocida por sus prácticas de brujería.
Creyendo que así tendría más poder y control sobre su vida, Don Matías se dejó llevar por el ocultismo, alejándose cada vez más de la luz.
Una noche, después de realizar uno de los rituales que la anciana le había enseñado, Don Matías se desplomó en su casa, víctima de un repentino ataque al corazón. Murió sin haber pedido perdón, sin haber cambiado su conducta.
Al despertar, se encontró en un lugar oscuro y desolado, el Valle de las Lágrimas. A su alrededor, solo había sombras que gemían de dolor. Intentó caminar, pero sus pies estaban hundidos en el suelo fangoso. Frente a él, apareció una figura espectral que, con una voz profunda, le habló:
—Don Matías, aquí estamos todos los que creímos que podíamos ocultar nuestras faltas bajo una apariencia de justicia. Aquí están los que abusaron de los suyos en la intimidad de su hogar y se entregaron a la oscuridad buscando poder.
—¿Dónde estoy? —preguntó Don Matías, con la voz temblorosa.
—Estás en el lugar que mereces. Aquí pagan los que en vida maltrataron a quienes los amaron y buscaron respuestas en la brujería, creyendo que podían escapar de sus responsabilidades.
De repente, entre las sombras, Don Matías vio a Clara. Pero ella no estaba en el Valle, sino en una colina iluminada, en paz, con un rosario en la mano.
—Clara... —murmuró, intentando acercarse a ella, pero la figura espectral lo detuvo.
—Ella ha encontrado la paz que tú le negaste en vida. Por su paciencia y sufrimiento, ahora está en el Cielo. Pero tú, Don Matías, vivirás eternamente en este valle, atormentado por las lágrimas que causaste y por el fuego del ocultismo que elegiste.
Desesperado, Don Matías gritó y suplicó, pero ya era tarde. En el Valle de las Lágrimas, las súplicas solo se escuchan como ecos, y la oscuridad lo envolvió por complejo.
Moraleja: Aquellos que creen que pueden ocultar sus faltas tras una apariencia de bondad, y quienes buscan poder en lo prohibido, solo encontrarán sufrimiento. La verdadera paz y la redención se encuentran en la sinceridad y el amor hacia los demás, no en los caminos oscuros del ocultismo o la brujería.
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