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En una noche oscura, mientras la luna se alzaba sobre el cielo estrellado, el monje se encontraba rezando en su humilde celda. Su oración era profunda, pero sus pensamientos siempre lo traicionaban, arrastrado por distracciones inoportunas. Mientras rezaba el Padre Nuestro, su mente vagaba, y pronto sus ojos se cerraron, dejando que su alma se deslizara en un sueño superficial. De repente, una voz grave y misteriosa interrumpió su meditación.
—"Te reto," dijo el santo, cuya sombra apareció de la nada, proyectándose sobre el suelo con una presencia aterradora. —"Yo te daré esta mula, en la que voy como caballero. Si logras rezar un Padre Nuestro sin distraerte, la mula será tuya."
El monje, sin saber si esta prueba era una bendición o una maldición, aceptó el reto y comenzó a orar. Se hincó de rodillas, las manos temblorosas, y comenzó a murmurar las palabras sagradas. Pero pronto, su mente comenzó a divagar nuevamente. Pensó en si la mula debería ir sin silla o con ella. Un escalofrío recorrió su espalda. Al levantar la vista, el santo, que lo observaba desde las sombras, soltó una risa macabra.
—"¿Ves la distracción que tuviste?"
La mula, que hasta ese momento había permanecido quieta, de pronto comenzó a moverse de manera errática, como si estuviera poseída. El monje intentó retenerla, pero la mula se desbocó y desapareció en la oscuridad, llevándose consigo no solo la oportunidad de cumplir su oración, sino también su alma, que quedó atrapada en la sombra de la advertencia del santo.
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