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En otro pueblo lejano, el obispo Ludgero se encontraba rezando con fervor, cuando un mensajero real lo interrumpió, ordenándole que acudiera ante el rey. El obispo, sin dudar, respondió que iría en cuanto terminara de rezar. Sin embargo, continuó su oración.
El rey, impaciente, envió otro mensaje, esta vez con tono de amenaza. Cuando el obispo llegó finalmente ante él, el rey lo miró con una furia contenida.
—"¿Por qué no viniste cuando te lo ordené?"
—"Cuando me elegiste como obispo," respondió el obispo con calma, "me dijiste que primero debía hacer la voluntad de Dios, y luego la tuya."
El rey, viendo la sabiduría en sus palabras, abrazó al obispo.
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