Soy lo que queda de mi vanidad

 


En un aislado pueblo rodeado por bosques oscuros, había una mansión olvidada por el tiempo, donde una vez vivió un caballero conocido como el alma y encanto de la conversación. Todos en el pueblo hablaban de su elegancia, su aguda mente y su atractivo. Cada noche, su mansión era un refugio para los nobles y aldeanos, atraídos por sus encantos y su generosidad. Pero, un día, el caballero desapareció sin dejar rastro. Nadie más lo vio, y la mansión se cerró, sumida en un silencio inquietante.

Años más tarde, un grupo de jóvenes aventureros decidió explorar la mansión, atraídos por los oscuros rumores que giraban en torno a su desaparición. Decían que el caballero había sido un hombre vanidoso, que solo amaba su propia imagen y se alimentaba de los placeres mundanos sin pensar en las consecuencias. El pueblo, temeroso de lo que pudiera haberle sucedido, evitaba acercarse al lugar, y muchos afirmaban que la mansión estaba maldita.

Una noche, decididos a descubrir la verdad, los jóvenes se adentraron en la mansión. Al cruzar el umbral de la puerta, un frío helado los envolvió, y el aire estaba denso, como si la casa estuviera esperando algo. La oscuridad era total, pero al encender sus linternas, pudieron ver las habitaciones llenas de polvo, muebles rotos y cuadros caídos. El tiempo parecía haberse detenido en ese lugar.

Se dirigieron a lo que había sido el dormitorio del caballero, donde la cama, cubierta de sábanas rotas, se encontraba vacía. Pero algo extraño los atrajo: en la esquina de la habitación había un antiguo espejo que reflejaba la figura de un hombre. Pero no era el caballero, era una sombra, una presencia sin forma definida que los observaba fijamente.

Los jóvenes intentaron ignorarlo, pero la inquietud creció cuando comenzaron a escuchar susurros. Al principio suaves, pero luego más fuertes, como si una voz desgarrada de dolor estuviera llamándolos. "Ayúdenme…". Una de las jóvenes, valiente o quizás impulsada por la curiosidad, se acercó al espejo, y al mirarse en él, vio una imagen aterradora: el caballero, pero ya no era el hombre elegante y atractivo de antaño. Su cuerpo estaba desfigurado, cubierto de llagas y cicatrices, sus ojos hundidos y llenos de desesperación. Su rostro estaba torcido en una mueca de sufrimiento eterno.

De repente, una risa macabra resonó en la habitación. Los jóvenes retrocedieron aterrados, pero el aire se tornó espeso, casi imposible de respirar. La figura del caballero comenzó a moverse, sus ojos vacíos mirándolos con odio. "No debieron venir", dijo con voz quebrada, como si estuviera atrapado en el mismo lugar, condenado a vagar por la eternidad.

Uno de los jóvenes, paralizado por el miedo, intentó salir corriendo, pero la puerta no se abrió. Las paredes parecían cerrarse sobre ellos. El caballero, ahora una sombra espectral, avanzaba lentamente hacia ellos. Sus huesos rotos y su cuerpo descompuesto, cubierto por ropas viejas y roídas, se desmoronaban a cada paso, pero su risa seguía retumbando en sus oídos. "Soy lo que queda de mi vanidad… lo que el tiempo y el desprecio me han dejado".

Con un último esfuerzo, los jóvenes lograron escapar, pero cuando regresaron al pueblo, ninguno pudo olvidar lo que habían visto. Nadie se atrevió a acercarse a la mansión nuevamente, y la historia del caballero se convirtió en una advertencia macabra para aquellos que creyeran que los placeres mundanos podían salvarlos del paso del tiempo.

La mansión sigue en pie, cubierta por la maleza, esperando a los próximos incautos que busquen desvelar sus secretos. Algunos dicen que, en noches oscuras, se pueden escuchar susurros provenientes de su interior, y que quien se acerque demasiado podría encontrar al caballero, o lo que queda de él, atrapado en su propia condena, esperando a aquellos que aún caen en las trampas de la vanidad.


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