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Había una vez un capitán llamado Plácido, cuya fama en la guerra era temida por todos. Su valentía en el campo de batalla era inigualable, pero su reputación se extendía más allá de su coraje. Los soldados bajo su mando no solo lo respetaban, sino que también le temían, pues contaban historias extrañas sobre él, relatos que no podían explicar, pero que todos conocían.
Se decía que Plácido había llegado a ser capitán de diez legiones, no solo por su destreza en combate, sino por las terribles hazañas que había logrado en tierras lejanas. Durante las batallas, sus enemigos temblaban al escuchar su nombre, y no era raro que, al enfrentarle, se desmoronaran en pánico, huyendo despavoridos antes siquiera de entablar lucha. Pero lo que nadie se atrevía a contar, o al menos, nadie se atrevía a hablar abiertamente, era lo que ocurría en las noches que seguían a sus victorias.
Cada vez que Plácido regresaba de la guerra, un aire extraño le acompañaba. Nadie veía su rostro, siempre estaba cubierto por una máscara de hierro que nunca se quitaba, ni siquiera al dormir. Los soldados murmuraban entre sí que, durante las noches, podía oírse un extraño sonido proveniente de su tienda: como si algo se arrastrara en el suelo, como si un ser invisible se moviera bajo la penumbra. Algunos aseguraban que Plácido no solo luchaba contra hombres, sino contra horrores indescriptibles, criaturas que nadie en su sano juicio podría imaginar.
Un día, mientras acampaban en las tierras desoladas de un campo de batalla reciente, un soldado, movido por la curiosidad y la valentía, decidió espiar a Plácido en la quietud de la noche. Se deslizó entre las sombras hasta llegar a su tienda. Desde la distancia, observó cómo Plácido se retiraba, con su máscara de hierro, hacia el centro de su campamento, donde una extraña luz brillaba débilmente. El soldado, aterrorizado, no se atrevió a acercarse más, pero no pudo evitar escuchar un susurro en la brisa, como si alguien estuviera llamando su nombre.
Esa misma noche, mientras todos dormían, un grito desgarrador resonó en el aire. Los soldados se levantaron alarmados, pero cuando llegaron al campamento de Plácido, encontraron su tienda vacía, con la máscara de hierro tirada en el suelo, cubierta de sangre. Nadie volvió a ver al capitán.
En su lugar, una sombra oscura y fría rondaba el campamento, y los hombres comenzaban a caer uno tras otro, extraños accidentes y desapariciones ocurrían sin explicación. Los soldados comenzaron a susurrar que, al morir en combate, el alma de Plácido no había encontrado paz. Se decía que había sellado un pacto con fuerzas oscuras, y que cada victoria, cada batalla, le costaba un pedazo de su humanidad. Ahora, tras su desaparición, era su espíritu quien comandaba desde las sombras, buscando más almas para alimentar la oscuridad que había invocado.
Y así, el nombre de Plácido se convirtió en una leyenda: el capitán valiente que no solo ganó batallas, sino que se alimentó de los miedos y las almas de sus enemigos, y cuyo espíritu todavía vaga en busca de nuevas víctimas, un terror eterno que nunca será olvidado.
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