Cuando el Infierno Llama por Nombre"

El Susurro del Infierno en la Montaña

 


En lo profundo de una remota montaña, donde la niebla nunca se despejaba completamente y el viento traía consigo los susurros del pasado, Elena vivía sola en su cabaña, rodeada de secretos oscuros. Los policías del valle se veían obligados a investigar

las desapariciones que ocurrían cada cierto tiempo, pero siempre que llegaban a la casa de Elena, se veían atrapados por una extraña fuerza, algo que los mantenía inmóviles, vulnerables.

El primer policía entró en la cabaña con paso cauteloso, mirando a su alrededor. El aire estaba cargado, denso, como si el espacio mismo estuviera esperando algo. De repente, la figura de Elena apareció en la puerta, su rostro sereno y radiante, como si la luz misma la rodeara. Sus ojos, profundos y oscuros, lo miraron fijamente.

Elena:

"Bienvenido, querido... ¿Qué te trae hasta aquí?"

Su voz era suave, cálida, pero tenía un toque de misterio que hacía que el aire pareciera vibrar a su alrededor.


El policía, sintiendo una atracción inexplicable, intentó resistir.

Policía 1:

"Vengo por las desapariciones... Se han perdido varias personas cerca de esta zona."


Elena (sonriendo lentamente, acercándose un paso hacia él):

"Desapariciones... Tal vez estás buscando en el lugar equivocado. Lo que realmente necesitas no se encuentra fuera de este hogar, sino en mí."

Su mirada se volvió más intensa, como si quisiera leer cada pensamiento que pasaba por la mente del policía.


Elena:

"¿Qué harías si te dijera que las respuestas a tus dudas están justo frente a ti?"

Sus palabras flotaban en el aire, llenas de promesas silenciosas.


El policía sintió una oleada de confusión. No podía apartar la vista de ella. Un escalofrío recorrió su espalda, pero algo en su interior le decía que debía quedarse, que debía escucharla.


Policía 1:

"Yo... no debería estar aquí."


Elena (inclinándose levemente hacia él, su voz ahora un susurro):

"No puedes evitarlo, querido... todos aquellos que entran en mi casa... nunca se van... como llegaron."


Antes de que pudiera reaccionar, la presión en su pecho aumentó. El aire se volvió denso, como si una fuerza invisible lo estuviera aplastando. Elena lo observó mientras su sonrisa se volvía más sutil, más peligrosa. Su mirada se volvió fría, y el policía, incapaz de resistir, cayó al suelo sin fuerzas. Elena, satisfecha, observó su caída y se retiró lentamente hacia las sombras de la habitación, dejándolo allí.



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El segundo policía llegó poco después. Al ver que su compañero no respondía al contacto, se apresuró a entrar. A medida que cruzaba el umbral de la puerta, la misma sensación densa lo envolvió, como si el aire hubiera cambiado de temperatura. Elena lo estaba esperando, su presencia seductora llenaba el espacio.


Elena (mirándolo fijamente, con una sonrisa encantadora):

"Vas a buscarlo, ¿verdad? El mismo que tu compañero no pudo encontrar."

Sus palabras eran una melodía en sus oídos, un canto irresistible que lo atraía sin que pudiera controlar su voluntad.


Policía 2:

"¿Qué le sucedió a mi compañero? ¡Esto no es normal! Debemos irnos de aquí..."


Elena (con una risa suave y un paso lento hacia él):

"¿Temes a lo que no entiendes? No tienes por qué temer... Si te quedas, yo te mostraré lo que tu alma realmente necesita."


Con un suave movimiento de su mano, Elena acarició la mejilla del policía. Su toque era tan suave que el policía sintió que su mente se nublaba. El corazón le latía más rápido, y su respiración se volvió irregular. El deseo, la necesidad de entender, de no irse, lo envolvieron.


Policía 2 (jadeando):

"No puedo... no debo... esto está mal."


Elena (acercándose aún más, su aliento cálido en su oído):

"Lo sé, querido... todo esto parece prohibido. Pero dime, ¿qué prefieres? La verdad... o el vacío de no saber?"

Su voz era una invitación, una promesa que no podía rechazar.


Antes de que pudiera responder, la presión en su pecho aumentó aún más, hasta que su cuerpo no pudo sostenerse más. Elena lo observó caer al suelo, sin una sola palabra. Todo estaba en silencio. Los dos cuerpos de los policías caían a sus pies, como piezas de un juego antiguo que ella siempre había controlado.

El tercer policía llegó con más cautela. Había escuchado sobre lo sucedido con los dos anteriores, pero aún no comprendía lo que estaba ocurriendo en esa montaña. Cuando cruzó el umbral de la casa, sintió la misma presencia envolvente. Miró a su alrededor, viendo los cuerpos de los demás agentes, pero no se sintió atraído por Elena de la misma forma. Su fe lo mantenía firme, sin rendirse.

Elena (apareciendo de nuevo, su voz suave, pero llena de misterio):

"¿Tú también buscas respuestas? Todos llegan buscando algo... pero nadie parece estar dispuesto a quedarse."

Sus ojos brillaron con una intensidad que parecía desafiarlo, como si quisiera descubrir sus secretos más profundos.

Policía 3 (con una mirada firme, pero sin perder la calma):

"No soy como ellos. No voy a caer en tus trucos."

Elena (con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, acercándose lentamente):

"Lo dices ahora... Pero, querido... la tentación está siempre a la vuelta de la esquina. ¿Qué harás cuando te enfrentes a ella?"

Policía 3 (haciendo la señal de la cruz rápidamente):

"No eres más que una sombra. Mi fe me protege."

Elena (al ver la cruz, retrocedió un paso, su expresión cambiando sutilmente):

"¿Crees que tu cruz te protegerá? Esta montaña está llena de más que sombras... Y yo... soy mucho más que un simple reflejo."

Con una última mirada desafiante, Elena entendió que no podría seducir a este policía como a los otros. La luz de su fe lo mantenía fuerte. Y aunque Elena luchó por someter su voluntad, Padre Gabriel, el sacerdote, ya había visto lo suficiente para comprender que esta mujer no era humana. Ella estaba poseída por un demonio que había estado cazando almas durante siglos.

Fin


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