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En un rincón olvidado del mundo, donde el tiempo parecía haberse detenido, existía una mansión antigua que se erguía sobre las ruinas de un pueblo perdido. Nadie recordaba exactamente cuándo se construyó, pero las historias acerca de ella eran muchas y todas se tejían con hilos de misterio y miedo. Era el hogar de una familia condenada, cuyas generaciones vivían atrapadas entre las paredes de esa edificación, cada una marcada por secretos oscuros, de los que ni el mismo viento osaba hablar.
La mansión, lejos de ser simplemente una casa, era un ente con vida propia, un lugar donde los recuerdos se entrelazaban con el sufrimiento, y los ecos del pasado nunca desaparecían. La gente del pueblo evitaba hablar de ella, pero sus murmullos llegaron a mis oídos. Mi madre, aunque siempre callada sobre su historia, había mencionado en pocas ocasiones a un hombre llamado Tabaol, quien, según ella, había sido una figura central en la oscuridad que envolvía nuestra familia.
Una tarde gris y fría, cuando el sol ya había desaparecido y la niebla cubría las colinas, un extraño llegó a la mansión. Su presencia no fue anunciada, ni por el sonido de pasos ni por el ruido de una puerta que se abre. Se presentó como un hombre de nombre Tabaol, pero su aspecto era desconcertante. Su rostro, pálido y cansado, parecía ser el de alguien que había vivido más de lo que su cuerpo podía soportar. No había signos de humanidad en él, sólo la frialdad de una presencia que no pertenecía a este mundo.
Él no vino por la puerta principal. Se presentó directamente ante mi madre, cuya reacción fue tan inmediata como el miedo que reflejaba en su rostro. A pesar de no saber quién era, podía sentir que su llegada no era casual. Tabaol no hablaba con amabilidad ni cordialidad; sus palabras estaban impregnadas de un veneno antiguo.
"¿Marido de tu madre?", dijo con una voz áspera y grave, como si cada palabra fuera una sentencia. "No eres el mismo del Befo de Paz, ¿verdad? Solo quiero saber si eres Frances. Ese Frances vil, cuyo alma yace entre las ruinas de esta casa maldita."
El aire de la mansión se hizo denso, espeso, como si las paredes mismas respiraran junto con nosotros. Mi madre, al escuchar su nombre, palideció, y su mirada vaciló. No me atrevía a preguntar, pero mi instinto me decía que lo que Tabaol decía no era una simple curiosidad, sino una acusación. Mi madre había hablado pocas veces de Frances, pero siempre con miedo, como si ese nombre estuviera marcado por la tragedia.
“Escucha, Tabaol”, continuó él, su tono cargado de un veneno sutil pero penetrante. “Tu cuerpo habita las alcobas del infierno. Esas habitaciones no son simples, son prisiones del alma, donde las almas de los condenados están atrapadas para siempre, consumidas por sus pecados.”
El crujir de la madera resonó en la mansión, como si el mismo edificio estuviera temblando bajo el peso de estas palabras. Tabaol no hacía más que hablarnos de un destino inevitable. "Tu alma, tu cuerpo…", dijo, sus ojos fijos en los míos, como si quisiera despojarme de todo lo que aún me hacía humano. "No puedes huir. Estás atrapado, igual que todos los que han cruzado este umbral."
Mis piernas temblaron, y un sudor frío recorrió mi frente. Podía sentir cómo el aire se espesaba con cada palabra que él pronunciaba. El miedo, al principio un susurro, ahora se manifestaba de manera palpable en el espacio entre nosotros.
"Tente", dijo Tabaol con una risa que no era de diversión, sino de una verdad amarga, "No eres más que una sombra, una reminiscencia de lo que alguna vez fuiste. Los peores demonios acechan en las esquinas de esta mansión, esperando el momento de arrastrarte hacia la oscuridad. Aquí, el sufrimiento nunca termina."
Mi mente, confundida por la angustia, no podía procesar lo que estaba ocurriendo. Mi respiración se volvía más errática, mis pensamientos oscilaban entre la desesperación y la incredulidad. ¿Cómo era posible que todo lo que había sido normal en mi vida, lo que había considerado parte de mi existencia, ahora se desmoronara frente a mis ojos?
Las paredes crujieron nuevamente, esta vez de manera más fuerte, como si la mansión misma estuviera reaccionando a la presencia de Tabaol. Las puertas de las alcobas se abrieron solas, revelando espacios donde el tiempo parecía haberse detenido, donde la oscuridad no era simplemente la ausencia de luz, sino la presencia de algo que se alimentaba de los mismos recuerdos de los que una vez habitaron allí.
“Este es tu destino", dijo Tabaol, su voz desapareciendo lentamente entre la negrura. "Aquí todo se repite una y otra vez. Cada paso que des, cada intento de huir, te llevará de regreso a este mismo lugar. Este es tu final, y el de todos los que han sido parte de esta historia.”
Al principio, no entendía lo que quería decir, pero a medida que sus palabras se desvanecían, la desesperación me invadió. Mi cuerpo, como si estuviera bajo el control de alguna fuerza invisible, comenzó a caminar hacia una de las alcobas. Mis pies se arrastraban como si el suelo se hubiera vuelto pegajoso, y una parte de mí sabía que no podía detenerme. Mi mente se llenó de una sola pregunta: ¿Qué relación tenía Tabaol con mi madre, con mi destino?
Y en ese momento, comprendí lo peor. Ya estaba atrapado. No importaba lo que hiciera, la mansión, con su maldición ancestral, me había reclamado. Mi alma ya no me pertenecía. Y así como Frances antes que yo, yo también me convertía en un espectro que caminaba entre sus muros, condenado a repetir el mismo sufrimiento una y otra vez, atrapado en un ciclo sin fin.
La mansión no me dejaría ir. Y yo, como los demás, ahora era parte de su historia.
Fin.
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