Cuando el Infierno Llama por Nombre"

el relato de Jeff Bush, Diablo en la Halla



Aquel lugar había sido testigo de cosas que los vivos preferirían olvidar. Santa Catalina, la vieja mansión de piedra que se erguía solitaria en el borde de la ciudad, siempre había tenido un aire misterioso. Nadie se atrevía a entrar, salvo aquellos que realmente buscaban algo más allá de lo que la vida les ofrecía. La mansión había sido testigo de vidas rotas, pactos oscuros, y, más recientemente, la desaparición de un hombre conocido por su obsesión con lo prohibido.

Jeff Bush había llegado allí con una visión clara: encontrar lo que otros no podían. Su vida había sido una búsqueda incansable de poder, y la mansión de Santa Catalina era el último eslabón en una cadena que lo llevaría a su destino. Había escuchado rumores, susurros en los rincones más oscuros de la ciudad, sobre un antiguo grimorio que reposaba en alguna parte de la mansión. Nadie sabía con certeza qué se encontraba en ese libro, pero los relatos hablaban de secretos tan oscuros que solo un hombre sin miedo, o sin alma, se atrevería a buscarlo.

Santa Catalina había sido construida en el siglo XVIII, y sus pasillos y salones, impregnados de polvo y misterio, guardaban más que solo las huellas del tiempo. La mansión se decía que estaba maldita, y aquellos que se atrevían a entrar nunca volvían a ser los mismos. Las habitaciones se llenaban de ecos extraños, y algunos afirmaban que la atmósfera misma de la casa tenía vida, como si la mansión misma estuviera consciente de quienes la visitaban.

Jeff no temía. Por el contrario, estaba emocionado. Sus ojos brillaban con la promesa de lo que estaba a punto de encontrar. Se adentró en la mansión en una oscura noche de invierno, con su rostro sombrío y su vista oculta bajo una capa de negro. Al igual que otros que habían caminado antes que él por esos pasillos desmoronados, sus intenciones eran claras: deseaba un poder que no le era ofrecido en el mundo visible. Quería la oscuridad, la oscuridad que solo los antiguos poderes podían otorgar.

La sala principal de la mansión era fría, sus paredes de piedra cubiertas de musgo y sus cortinas de terciopelo raídas por el paso del tiempo. Al final de la sala, en un rincón apartado, había una puerta tallada en madera oscura, como si el tiempo mismo hubiera evitado abrirla. Jeff se acercó con paso firme, impulsado por su obsesión. Sus dedos rozaron la madera, y algo en su interior sintió que estaba a punto de cruzar una línea que nunca podría regresar.

Cuando la puerta se abrió, el aire se volvió espeso. Un olor a tierra y a humo antiguo llenó sus pulmones. La habitación en el interior no era como las otras. En el centro, sobre un pedestal de piedra, descansaba un libro antiguo, con la tapa de cuero gastada y cubierta de símbolos que Jeff no pudo reconocer, pero que claramente sentía resonar en lo más profundo de su ser. Sabía que era allí donde comenzaba su destino.

Al abrir el libro, las palabras parecían moverse por sí solas, como si tuvieran vida propia. Los símbolos oscuros danzaban en la página, retorciéndose en una espiral que lo atrapaba. Lo que le esperaba no era solo poder, sino una trampa, una red invisible tendida por el propio diablo.


No pasó mucho tiempo antes de que la atmósfera cambiara por completo. El aire se volvió aún más denso, y un frío mortal invadió la habitación. Fue entonces cuando escuchó una risa profunda y gutural, una risa que parecía provenir de las paredes mismas.


—¿Creías que podrías tomar lo que no te pertenece sin consecuencias? —la voz, suave pero llena de maldad, resonó a través de la oscuridad.


Jeff, desbordado por el miedo y el deseo de poder, intentó seguir leyendo. Pero el libro parecía consumirlo, no solo su mente, sino también su alma. Las palabras comenzaron a arder en su piel, y un dolor insoportable lo recorrió de pies a cabeza.


Fue entonces cuando vio al diablo.


Una figura oscura, de ojos brillantes como carbones encendidos, apareció ante él. Su presencia era tan densa que parecía absorber toda la luz en la habitación.


—Has cometido un error, Jeff Bush —dijo el diablo con voz cavernosa. —El poder que buscas tiene un precio, y este es tu momento.


Antes de que pudiera reaccionar, el suelo de la mansión comenzó a temblar. La madera crujió, las paredes se desmoronaron, y el aire se hizo pesado como un manto de plomo. Jeff sintió como si la tierra misma lo estuviera reclamando, como si el pacto que había hecho años atrás hubiera comenzado a cumplirse.


Los ecos de su grito se perdieron en la oscuridad, y la mansión se tragó todo. Lo que quedaba de Jeff Bush fue absorbido por las entrañas de la tierra misma, mientras la risa del diablo resonaba en cada rincón de Santa Catalina.


La mansión, como un ser vivo, volvió a la quietud. La puerta de la habitación, antes abierta, se cerró sola con un golpe ensordecedor, dejando atrás un silencio sepulcral.


Los años pasaron, pero la leyenda de Jeff Bush no murió. La mansión, ahora conocida como "El Diablo en la Halla", se convirtió en un lugar temido, evitado por aquellos que conocían las historias. Los curiosos que intentaron entrar nunca regresaron, y algunos incluso decían escuchar susurros en la oscuridad, voces que pedían ser escuchadas, que advertían sobre el precio que se paga cuando uno busca el poder en lugares donde no pertenece.


Santa Catalina, con sus paredes caídas y su ambiente sombrío, había reclamado a Jeff. Y con él, el diablo, como un espectador eterno, observaba a aquellos que, como él, se atrevían a desafiar lo que no podían comprender.


Así, el pacto de Jeff Bush fue cumplido, y Santa Catalina quedó marcada para siempre. Los que se acercaban, sabían que la mansión había visto más de lo que cualquier ser humano podría soportar. Y aunque nadie lo veía, siempre había algo en la halla de la mansión que observaba, esperando a que alguien más se atreviera a buscar lo que no se debe tocar.


El diablo no olvida. Y la tierra, a veces, nun

ca deja de reclamar lo que le pertenece.


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