Cuando el Infierno Llama por Nombre"

Los Ojos y Orejas del Rey,No Hables Cuando Oscurece



Cuentan los viejos del reino —los pocos que aún recuerdan sin temblar— que hubo una época en que el Rey no necesitaba estar presente para saber lo que ocurría en sus tierras. Había instituido ministros especiales, a quienes llamaban los Ojos y las Orejas del Rey. No eran hombres comunes. Nadie sabía de dónde venían ni a dónde iban cuando el sol caía, pero se decía que podían ver sin ser vistos, oír sin ser oídos.

Su oficio era uno solo: observar. Escuchar. Rastrear cada palabra pronunciada en tabernas, en campos, incluso en la intimidad de los hogares. Luego, llevaban sus susurros al Rey. Así, aunque ausente, su Majestad estaba en todas partes. Multiplicaba su presencia como una sombra que se alarga al atardecer.

Los vasallos, sabiendo que el Rey lo sabría todo, comenzaron a hablar y a obrar como si él los mirara constantemente. Y no era sólo sospecha. Era certeza. Algunos aseguraban haber sentido un aliento helado al pronunciar una queja. Otros, despertaban por la noche con la sensación de ser observados desde los rincones oscuros.

Según Platón, cada familia es un reino pequeño. En este, bastaba que hubiera un sirviente que actuara como ojo y oído del amo. Pero en el reino del Rey Sin Rostro, todos los sirvientes podían ser espías. Nadie sabía quién servía de verdad... y quién servía al Trono.

Muchos intentaron rebelarse. Algunos simplemente callaron. Pero los que callaban eran encontrados con la lengua negra y los ojos vacíos, como si alguien —o algo— les hubiera arrancado la capacidad de ver y hablar.

Sin embargo, dicen que hay reglas. Que la obligación de los ojos y orejas cesa si el Rey revela la fuente. O si el daño del aviso es mayor que el beneficio. Pero, ¿quién puede juzgarlo, si el Rey ya no es un hombre sino una presencia? Una voluntad que habita en las paredes, en las vigas, en el susurro del viento.

Algunos clérigos aún advierten: si descubres algo oscuro, algo monstruoso... no lo cuentes por chisme, ni por venganza. Hazlo para que el mal sea remediado. De lo contrario, no sólo despertarás la ira del Rey... sino la de aquello que lo sirve.

Porque hay pecados que manchan el alma, pero otros... hacen que los ojos y orejas se giren hacia ti.

Y una vez que te ven… ya no hay silencio que te salve


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