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Ciudad de Chalon, año 1247
Dos jóvenes recién convertidos al catolicismo caminaban por las calles adoquinadas cuando oyeron cantos dulcísimos de una taberna oculta tras cortinas rojas. Uno se detuvo. El otro dijo:
—No conviene al sabio sentarse en mesa de malhechores.
Y se fue. El primero, cautivado, entró.
Adentro encontró vino sin fin, carnes asadas, danzas y música. Rió y bebió hasta el olvido. Pero de pronto, irrumpió el alguacil del príncipe. Hubo arrestos, y el joven, confundido con criminales, fue condenado a la horca.
En el patíbulo, lloró:
—¡Tarde entendí que la compañía de los malvados arrastra incluso al inocente! ¡No se echa bálsamo en letrina ni se lava un manto de reyes con manos de ladrones!
Y así murió, más por el corazón que por el hecho.
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