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Recientemente, un amigo muy cercano, hombre de gran talento y fidelidad, me relató un hecho admirable y espantoso que le ocurrió, atestiguado por muchas personas.
Él estaba alojado en casa de un íntimo amigo en Nápoles cuando, en plena noche, oyó en la calle la voz de alguien clamando por ayuda. Tomó una lámpara y salió corriendo a ver qué pasaba.
Al llegar, vio a un demonio, o alguna figura infernal de aspecto horroroso y monstruoso, que intentaba agredir con violencia a un joven que gritaba y se resistía.
El amigo se lanzó al rescate, tomó al joven por la ropa y la mano con todas sus fuerzas, y logró apenas liberarlo del demonio.
Cuando llevó al joven a casa, intentó calmarlo, pero no podía soltar ni el manto ni al rescatador, porque estaba tan sobrecogido por el terror que había perdido la razón, viendo constantemente aquella figura demoníaca ante sus ojos.
Cuando por fin recobró el juicio, contó lo sucedido. Se supo entonces que llevaba una vida de pecado, despreciaba a Dios y maltrataba a sus padres, a quienes poco antes había insultado y maldecido con blasfemias intolerables.
Según parece, sus padres lo habían maldecido solemnemente, lo cual explicaría, según el pensamiento de la época, que cayera bajo la acción demoníaca.
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