Nunca respondas si escuchas que tu nombre es llamado por el río”

La maldición y la redención de Taurica

en las tierras del Ponto y la Taurica, gobernaron Perses y Aetam, hermanos conocidos por su crueldad. De Perses nació Hécate, quien desde joven mostró un talento letal: usaba flechas y venenos para imponer su voluntad. Se dice que inventó el uso del acónito y que probaba sus venenos en los huéspedes de su casa. Tras asesinar a su padre, Hécate se convirtió en soberana y construyó un templo en Taurica, donde los visitantes eran sacrificados cruelmente. Entre sus familiares se encontraban Circe y Medea, conocidas por sus artes mágicas; Circe dominaba los hechizos y los venenos, gobernando con severidad hasta ser desterrada, mientras Medea, hija de Hécate, mostraba un carácter más compasivo, protegiendo a quienes su madre y su tía condenaban.


Con el tiempo, Medea acompañó a Jason en la expedición por el vellocino de oro, realizó prodigios como rejuvenecer a su padre y acabó con la vida de quienes consideraba injustos, dejando tras de sí un legado de muerte y maldiciones que marcaron a generaciones enteras.


Muchos años después, una descendiente surgió como portadora de redención. Ella se levantó para enfrentar las fuerzas que aún oprimían el pueblo. Con oración y devoción, consagró la tierra al Señor, rogando perdón por todos los pecados, maldiciones y actos injustos cometidos por la magia y los venenos.


Su fe fue tan poderosa que quienes continuaban practicando artes malignas se marcharon, incapaces de sostener sus maldiciones ante la fuerza de las bendiciones. Los que decidieron arrepentirse permanecieron, rompiendo maldiciones y restaurando la paz que había sido quebrantada durante generaciones. Cada acto de oración y perdón sembró bendiciones sobre Taurica, liberando a la tierra y a sus habitantes de siglos de dolor y maldiciones.

Así, de la herencia de crueldad y magia surgió un nuevo comienzo: un pueblo purificado, protegido por bendiciones, recordando siempre que incluso las maldiciones más profundas pueden ser transformadas por la fe, el arrepentimiento y la justicia.

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