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"Adoro, oh Cabeza Divina, coronada de espinas, siendo así que no son dignas de coronaros las estrellas: Adoroos, Ojos lucidísimos, que alegráis el Paraíso, y ahora por mí estáis vendados y llorosos: Adoroos, oh Rostro, en quien no se hartan de mirarse los Ángeles, y ahora os veo por mi amor lleno de salivas, cardenalado y desfigurado. ¡Oh Espejo sin mancha, hecho por mí espejo de tormentos y de oprobios! ¿Cómo es posible, que fijándome en Vos atentamente no reconozca mi desacato, mientras cargado de innumerables pecados, rehúso el beber una gota de aquel cáliz amargo, cual Vos, Bien de mi alma, queréis beber hasta el fondo?
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