"El Gigante del Juicio y las Tinieblas del Norte"

"El Último Juicio del Abogado: Una Apelación Inútil"


 En el lecho de muerte, un abogado, conocido por su habilidad para los argumentos y su incansable apego a las leyes humanas, se encontraba rodeado de familiares y amigos. Era un hombre de éxito, aunque sus decisiones, en ocasiones cuestionables, lo habían apartado de la humildad y la espiritualidad.

Con la muerte acercándose, un sacerdote acudió a su lado, trayendo la Eucaristía. 

Sin embargo, el abogado, fiel a su carácter litigante, no se rindió con facilidad. Cuando el sacerdote, con palabras suaves y llenas de compasión, le ofreció la Eucaristía, el abogado respondió con frialdad: 

Quiero que se me juzgue si debo recibirla o no”.

como si Dios mismo estuviera sujeto a los procesos judiciales que tanto veneraba.

El sacerdote, sorprendido pero aún esperanzado, le exhortó entonces a la penitencia, invitándolo a abrir su corazón, a confesar sus faltas y a recibir el perdón. Pero el abogado, casi ofendido por la idea de su arrepentimiento, replicó: “Apelo”. Como si, incluso ante la muerte, sus méritos y argumentos fueran suficientes para cuestionar el veredicto divino.

En ese preciso instante, se sintió un cambio en el ambiente. La habitación se oscureció y una fría presencia se hizo palpable.

 Era el diablo, quien, aprovechando la obstinación del abogado, se acercó con una sonrisa cruel y en un solo movimiento, lo asfixió. Aquella alma que había confiado más en la lógica humana que en la divina misericordia, que nunca había sabido rendirse ante nada, fue llevada por el mismo orgullo que la había guiado en vida.

La escena dejó en silencio a todos los presentes, quienes comprendieron, en ese instante, la moraleja de la historia: por más logros o éxitos que una persona pueda acumular, la humildad y el arrepentimiento son los únicos caminos que abren la puerta a la gracia y la paz eternas.


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