"El Gigante del Juicio y las Tinieblas del Norte"

El secreto de la ventana



En un pueblo olvidado por el tiempo, donde las sombras parecían alargarse más de lo normal, un hombre conocido como El Vigilante vivía en una casa antigua, cuyas ventanas estaban cubiertas de polvo y telarañas. La leyenda decía que, si alguna vez se abría una de esas ventanas, la muerte entraría sin pedir permiso.

El Vigilante había escuchado historias sobre almas condenadas, sobre aquellos que, por omisión, habían cerrado la puerta a la salvación. “Si la muerte puede entrar por la ventana, entonces debo cerrarla”, pensó. Sin embargo, con el tiempo, el miedo se transformó en apatía y comenzó a ignorar el ominoso susurro de su conciencia. “No pasará nada”, se decía, mientras la ventana permanecía abierta.

Una noche, la atmósfera se volvió pesada, el aire helado y un extraño murmullo comenzó a surgir del exterior. Las sombras danzaban en las paredes, y el hombre sintió que algo lo observaba. Se asomó a la ventana y vio un rostro demacrado, con ojos hundidos y una sonrisa macabra. Era la muerte, y había llegado para reclamar lo que le pertenecía.

“Has dejado entrar lo que debiste cerrar”, susurró la figura espectral. El Vigilante, aterrorizado, intentó cerrar la ventana, pero una fuerza invisible lo mantuvo en su lugar. “Tu descuido ha permitido que la condenación se apodere de ti. No sólo tú, sino que has dejado que se filtren los vicios a través de tu hogar. Las almas de tu familia sufrirán por tu omisión.”

Desesperado, recordó las advertencias de quienes le habían precedido. En su mente, revivieron las imágenes de su esposa, quien se había convertido en una sombra, y de sus hijos, que vagaban perdidos en la oscuridad de la casa. No se había atrevido a reprenderlos, ni a cerrar la puerta a las malas influencias que los rodeaban. “¡No! ¡No puede ser!” gritó, mientras los ecos de sus pecados resonaban en la habitación.

La figura espectral se acercó, su aliento helado envolviendo al Vigilante. “Ahora serás uno de ellos, y la ventana permanecerá abierta para siempre. Las almas que no cuidaste caerán en el abismo, y tú serás su testigo eterno.” Con un grito desgarrador, el hombre sintió cómo su ser se desvanecía y su alma se convertía en parte del lamento de aquellos que habían sido olvidados.

Así, la casa permaneció en pie, con la ventana abierta de par en par, un aviso para los demás. Aquellos que cruzaban por su lado podían escuchar susurros en el viento, advertencias sobre la omisión y el descuido, y la eterna condenación que acecha a los que no cierran las puertas a la muerte.

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