"El Gigante del Juicio y las Tinieblas del Norte"

Un Encuentro en el Purgatorio

 


Era un día nublado cuando Pedro, un hombre que había dedicado su vida al trabajo y al éxito material, se despertó en un lugar que no reconocía. Todo a su alrededor estaba envuelto en un denso humo gris que no dejaba ver más allá de unos pocos metros. La sensación de vacío y desasosiego lo envolvía. No había ruidos, solo un silencio que parecía gritarle sus errores. Pedro se dio cuenta de que había llegado al purgatorio.

Durante años, Pedro había trabajado sin descanso, priorizando su carrera por encima de todo, incluso de su familia y su fe. El amor al dinero y al reconocimiento lo habían cegado, y ahora, enfrentaba las consecuencias de su elección. En su mente, resonaban los ecos de las advertencias que le había hecho su madre sobre la importancia de la fe, pero había ignorado esas palabras, persiguiendo siempre un futuro de riqueza y éxito.

Mientras caminaba perdido en sus pensamientos, una figura familiar emergió del humo. Al principio, Pedro no podía distinguirla bien, pero a medida que la figura se acercaba, su corazón se aceleró. Era su hijo, David, quien había fallecido en un trágico accidente unos años atrás. El rostro de David estaba iluminado por una luz suave, y aunque su cuerpo parecía rodeado de humo, había una calma en su presencia que Pedro no había visto en mucho tiempo.

—Papá —dijo David con voz serena—. Estoy aquí para hablar contigo.

Pedro sintió una mezcla de alegría y dolor al ver a su hijo. Deseaba abrazarlo, pero las sombras del purgatorio lo mantenían a distancia.

—David, ¿qué haces aquí? —preguntó Pedro, su voz temblando—. ¿Por qué no estás en el cielo?

—Vine a recordarte algo importante —respondió David—. Sé que has estado trabajando duro, pero necesitas entender que dedicarse a Dios es lo que realmente importa. Recuerda cómo siempre te hablaba de la fe, de ayudar a los demás y de encontrar el propósito en lo que hacemos.

Pedro bajó la cabeza, sintiendo el peso de sus elecciones. Años de ambición desmedida lo habían llevado a este momento de confrontación.

—Lo sé, hijo. Pero creí que el trabajo y el dinero me harían feliz, que podría brindarte lo mejor... —su voz se apagó, llena de arrepentimiento.

David sonrió con tristeza, comprensivo.

—La felicidad no se encuentra en lo material, papá. El verdadero propósito de nuestra vida está en servir a Dios y a los demás. Tu trabajo puede ser un reflejo de tu fe si lo dedicas a Dios. Necesitas trabajar para Él, no solo para ti mismo. Haz de tu labor un acto de amor, y verás cómo todo cobra sentido.

Pedro sintió que el humo a su alrededor se disipaba un poco, como si las palabras de su hijo trajeran luz a su oscura existencia. Por primera vez, entendió que su vida no solo debía ser un sacrificio por el dinero, sino un servicio a Dios y a quienes lo rodeaban.

—¿Cómo puedo hacerlo, David? —preguntó con voz quebrada.

—Dedica cada tarea a Dios. Piensa en cada acción como una oportunidad de mostrar amor y compasión. Trabaja con un corazón agradecido, y verás que incluso las tareas más mundanas se convierten en una forma de adoración.

Mientras el humo comenzaba a desvanecerse aún más, Pedro sintió una renovada determinación en su corazón. Sabía que no podía cambiar su pasado, pero podía transformar su futuro.

—Te prometo, hijo, que a partir de ahora, dedicaré mi trabajo a Dios. Trabajaré más para Él que para mí mismo —dijo Pedro, sintiendo que una nueva luz iluminaba su camino.

David asintió, y antes de desaparecer completamente en el humo, le sonrió una última vez.

—No te preocupes, papá. Yo estaré contigo y ofrecere misas y sufragios por tí.

 Recuerda, nunca es demasiado tarde para volver a encontrar el propósito en tu vida.

Con esas palabras resonando en su corazón, Pedro se sintió más ligero, como si un peso se levantara de sus hombros. Estaba listo para enfrentar el purgatorio y comenzar su camino hacia la redención, decidido a trabajar no solo por él, sino por Dios y por el legado que dejaría a su familia.


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